La “Peste Gay”, así fue como llamaron los periódicos en 1982 a un desastre sanitario que surgió de la nada. Los primeros afectados, en su mayoría, eran hombres homosexuales; los médicos denominaron a esta enfermedad GRID (Gay-Related - Immune- Deficiency).
En aquellos años, no sabíamos nada de este mal; los pacientes se presentaban con pérdida de peso importante, flacos, con diarrea y los ganglios del cuello y axilas grandes, abultados como una nuez.
Aun recuerdo cómo eran hospitalizados en pabellones o pisos aislados; nosotros, para revisarlos, nos cubríamos y forrábamos de gorro, tapa bocas, “doble” guante y bata; en los pacientes brotaba una cara de espanto y angustia al ser explorados por nosotros.
Ellos sabían que iban a morir en pocos días, pronto se complicaban con neumonía; bacterias, hongos y tuberculosis los invadían fácilmente.
Después apareció la enfermedad en personas que habían recibido transfusiones de sangre, también en adictos que empleaban jeringas, y por último, en recién nacidos de madres infectadas. Por fin se descubrió el virus letal y comenzaron los primeros ensayos terapéuticos, con antivirales.
Se modificó el nombre de la enfermedad a SIDA, identificando a los portadores del virus como HIV positivos.
Lentamente las cosas cambiaron, el hostigamiento y discriminación hacia estos enfermos “pecadores”, se fue desvaneciendo. Hoy la meta no solo es descubrir una vacuna, o tratar al enfermo y prolongar su vida, hoy el objetivo es ofrecer un trato más digno con un rostro humano a los 35 millones de personas con HIV en el mundo.
La lucha continúa por desterrar y dejar atrás estos juicios falsos y erróneos. El paciente con SIDA y VIH no solo quiere vivir más, también anhela no ser señalado ni discriminado o prejuzgado por nosotros.