En agosto de 1941, un electrocardiograma mostró que las arterias cardiacas de Hitler se estaban cerrando y empezando a envejecer; hasta entonces, había gozado de buena salud a pesar de sus episodios hipocondriacos y de insomnio.
Poco a poco desarrolló la Enfermedad de Parkinson, que provocó un temblor en la mano izquierda y un titubeo al hablar sus discursos megalómanos en 1943; para el año siguiente comenzó a temblar la pierna izquierda.
En ese tiempo no había prácticamente ningún tratamiento para el Parkinson, sin embargo, es poco probable que esto afectara sus ambiciones bélicas estratégicas.
El 20 de Julio de 1944 explotó una bomba en una cartera cerca de Hitler en su cuartel general; el estallido le rompió los tímpanos y afectó el equilibrio; pero lo que más acentuó fue su paranoia y miedos; para estos malestares, el tirano comenzó a usar la cocaína, cada vez en dosis mayores; las inhalaciones nasales eran dos veces al día; sus periodos de exaltación y decisiones impulsivas se agudizaron.
El médico de cabecera, Dr. Morell, lo convirtió en un cocainómano empedernido.
Con todo, aun no hay pruebas de que Hitler estuviera loco o esquizofrénico como muchos suponen. Lo mejor es describirlo como una persona que representó la “Encarnación del Mal”.