Pensar en Parkinson es pensar en una enfermedad difícil y compleja en su evolución; si bien es cierto que existe tratamiento farmacológico para mitigar los temblores y rigidez, aun no hay un tratamiento curativo y eso desalienta a los enfermos, los deprime y literalmente les quita el sueño.
A nadie le parece bien terminar su vida con inmovilidad, a tal grado que tenga que ser asistido para comer, no controlar los esfínteres para orinar y defecar, eso es una manera indigna de vivir y de morir.
El manejo con medicación oral que incrementa los niveles de dopamina cerebral es muy útil para los pacientes, sin embargo, a largo plazo, por momentos ya no son tan efectivos y aparecen efectos colaterales que afectan al enfermo.
La depresión es parte de la enfermedad y requieren antidepresivos, el insomnio obliga a emplear sedantes.
También es imprescindible la rehabilitación física, y manejo psicoterapéutico de los cuidadores.
Quizá lo único que ha cambiado desde que el Dr. James Parkinson describió por primera vez la enfermedad en 1817, ha sido justamente el descubrir el origen y tratamiento de la enfermedad; sin embargo, el cuadro clínico es prácticamente el mismo: Temblor involuntario en reposo, rigidez muscular, dificultad para la marcha o caminar, hasta no poder deglutir, salivación o babeo y postración en cama.
En tiempos recientes para los pacientes que evolucionan mal, o que ya no responden bien al tratamiento con pastillas, una alternativa propuesta es la implantación o colocación de un marcapaso cerebral, es decir un estimulador eléctrico que descargue en las profundidades del cerebro para que libere y produzca Dopamina.
Su uso requiere de una infraestructura médica, hospitalaria y estudios de gabinete costosos, que pueden impedir el acceso a este tipo de terapéutica.
En fin, aun hay mucho que descubrir y hacer en el futuro respecto a esta Enfermedad de Parkinson; una cosa es segura, la ciencia tarde o temprano mejorará la evolución y pronóstico de este mal.