Seguramente la experiencia de la muerte es diferente en cada individuo. También lo es la visión de la muerte en cada persona, grupo y civilización en su tiempo. Sin embargo, la manera de ver o, mejor dicho, de presenciar la muerte, en un contexto hospitalario de avanzada o de primer nivel, puede resultar especial, particularmente en Terapia Intensiva.
Es ahí donde la muerte se siente como “en casa” y se mueve a sus anchas; le gusta pavonearse en cada cubículo, los monitores y equipo médico moderno, le son indiferentes.
Tal vez por unos breves instantes, la presencia médica la haga titubear, pero al final, la muerte se saldrá con la suya, tarde o temprano. D
e manera súbita, o poco a poco, los cuerpos se debilitan, cada vez están más fríos y pálidos, los ojos se hunden ojerosos; a estas alturas, el paciente ya no está despierto, sus pensamientos lo han abandonado, recostado, inmóvil, atiborrado de cables y aparatos que vigilan y registran sus latidos y últimos respiros.
En estos momentos ya todos saben que la muerte está ahí presente, que ha hecho su nido en ese cubículo, que al volar, lo hará acompañada de un alma nueva. Pero la muerte, en ocasiones muestra cortesía, y permite a los familiares despedirse.
Hoy en día, los cubrebocas; pero en esos momentos, eso no importa, porque las manos permanecen libres y los ojos totalmente descubiertos. Eso es suficiente para que una madre pueda decir adiós a un hijo joven, a punto de morir.
La forma en que mira una madre a su hijo agónico, es devastadora; la manera en que acaricia su pelo, su cara; lo acaricia como si “fuera un niño”, frota sus manos sobre los pies, intenta calentarlos, “darles calor”, acaricia y acaricia el pelo del hijo que a punto está de morir.
La mirada materna lo envuelve y prepara para la partida.
Son unos ojos rodeados de humedad, es la mirada de la pérdida inevitable, de esa que cala profundo, tan hondo, que da para perdonar a todos.
La madre sólo quiere paz para despedir a su hijo, necesita tiempo y espacio para hacerlo, quiere llenarlo de amor y de calor, quiere que se lleve “su vida con él”.
No me cabe la menor duda, esa madre pasaría una eternidad acariciando a su hijo antes de que éste muera.