Aunque en lo personal suelo no celebrar las fiestas comerciales o comunes, la conmemoración del día del abuelo de este año me hizo reflexionar sobre la importancia y cuidados que le debemos a estos integrantes de nuestros sistemas familiares.
Una persona sabia muy temprano me deseó que “ojalá pronto yo pueda experimentar este sentimiento que está más allá de cualquier entendimiento y trasciende las fronteras de las maravillas que construye el amor incondicional”, quizás en la inspiración de que el mayor de mis hijos atraviesa el camino del matrimonio reciente y con ello se aproxima ese posible escenario que sucederá cuando Dios lo decida.
Un poco más tarde mi padre escribió en un chat que tenemos donde están mis hijos, parte de sus nietos y dos de mis hermanos, en el que nos compartía una reflexión acerca de lo que son los hijos de los hijos.
“¿Qué son los nietos? ¿Unos hijos más? ¡No! Un nieto es un anhelo convertido en realidad. A ellos les damos los besos que quizás no le dimos a nuestros hijos. Ellos nos dan los besos que quizás ya nadie nos da. En los nietos la vida se alarga hacia unos límites de amor que quizás no se soñaron. Los hijos fueron el testimonio. Los nietos son la confirmación. Por eso se quieren tanto. Por eso son juguete espiritual de la mayor edad”, decía el post de mi padre que no traía firma.
Cómo es usual en estas celebraciones, las redes estaban tapizadas de mensajes a los abuelos, lo que me hacía pensar en muchas reflexiones de lo que sucede en la realidad.
Evoqué con alegría la figura tan influyente en mi vida de mi abuelo Pedro, el Peri, e imaginé cómo sería la abuela paterna que no conocí más que en fotos y referencias, mamá Luchita. Me vino a la mente la imagen siempre serena de abue Lupita y los vagos recuerdos del compadre Arturo, padre de mi madre.
Sin duda volví a sentir ese abrigo de ser nieto y ahora comprendí lo que para ellos, las y los abuelos, significa convivir y amar a los hijos de sus hijos.
Pensé en los abuelos de mis hijos que ya no están y tuve la bendición de celebrar a mi padre con uno de sus nietos, el hijo que vive conmigo, adelantando además su cumpleaños 83 que llegará mañana.
Más allá de estas emociones que acompañaron mi día, sin pensar precisamente en esa idea de que yo pronto pueda ser abuelo, aunque deseando que cuando así sea Dios me conceda salud, sabiduría y amor para poder serlo a cabalidad, recordé un artículo del año pasado en el que caía en cuenta que en nuestra pirámide poblacional, los adultos mayores viven aislados y muchas veces marginados en un país predominantemente de jóvenes.
Por ello me parece que más allá del romanticismo de estas fechas y de las frases bonitas, el tributo que merecen los abuelos es respetarlos y ver por todos ellos por igual, desde aquellos adultos mayores que empacan en los supermercados hasta aquellos de juventud acumulada que con más de 80 años siguen siendo productivos y con importantes responsabilidades, pasando por supuesto por todos aquellos que están en el abandono y a duras penas tienen para sobrevivir.
Finalmente, sin importar condición de salud, posición económica, estatus social, raza o credo, nuestros adultos mayores merecen todo nuestro reconocimiento y respeto pues pueden ser una proyección, como dice el dicho: “como te veo me vi, como me ves te verás”.
¡Cuidemos a los abuelos y dediquémosles un poco de nosotros?
Por Omar Cervantes Rodríguez