Política

Historia robada: por qué Rusia no puede existir sin Ucrania

El 28 de junio se conmemora el aniversario de la Constitución de Ucrania, adoptada en 1996. Esta fecha no solo marca la afirmación legal de la soberanía ucraniana tras la caída de la URSS, sino también la recuperación de una identidad histórica que fue sistemáticamente negada y apropiada por Rusia.

Muchos en América Latina ignoran que, durante siglos, Ucrania y Rusia siguieron caminos históricos muy distintos. Ucrania nació como el centro de un antiguo Estado medieval europeo llamado la Rus de Kyiv —cristiano, culto, vinculado a Bizancio—, mientras que Moscovia (el embrión de la actual Rusia) surgió siglos después bajo dominio mongol. En el siglo XVIII, los zares rusos reescribieron la historia para presentarse como herederos de esa gloriosa civilización ucraniana... que en realidad no les pertenecía.

En este contexto, vale la pena preguntarse: ¿por qué Rusia insiste en negar la independencia de Ucrania? ¿Por qué tanta violencia simbólica e histórica?

La respuesta va más allá de la política. Es una lucha por la memoria. Por el derecho a existir como nación con voz propia. A continuación, explicamos cómo la verdad histórica de Ucrania desmonta el mito imperial ruso.

Durante siglos, Ucrania y Rusia evolucionaron en contextos históricos y culturales muy diferentes. Ucrania, a través de la Rus de Kyiv, fue parte integral del mundo cristiano ortodoxo europeo. Por el contrario, Moscovia —fundada en 1147— estuvo bajo la dominación de la Horda de Oro, una rama del imperio mongol, durante más de dos siglos.

La Rus de Kyiv fue fundada en el siglo IX y se convirtió en un influyente centro político y espiritual del este de Europa. Su idioma, su sistema legal y su vida cultural estaban conectados con Bizancio y sus príncipes eran reconocidos por casas reales europeas. Hasta el siglo XVII, los mapas de Europa usaban los términos “Rus” o “Ruthenia” para referirse a los territorios que hoy son Ucrania.

Moscovia, sin embargo, nació mucho después y en un entorno muy distinto. Durante siglos fue vasallo del poder mongol y su estructura política reflejaba esa herencia: autocracia, centralización extrema y una distancia cultural respecto a Europa. En 1721, Pedro I, conocido como Pedro el Grande, declaró la creación del “Imperio Ruso”. ¿Por qué? Porque necesitaba legitimarse ante Europa. No quería que su Estado fuera visto como bárbaro o asiático, sino como una potencia moderna con raíces europeas. Apropiarse del nombre y la historia de la Rus de Kyiv le permitía simular una continuidad con ese pasado glorioso.

Más adelante, Catalina II, emperatriz de origen alemán, continuó con ese proyecto. Como mujer ilustrada, no toleraba gobernar un imperio con raíces orientales y mongolas. Le resultaba humillante que la historia de Moscovia fuera tan reciente y desvinculada del prestigio europeo. Por eso impulsó una campaña sistemática de reescritura histórica. En 1783 creó una comisión imperial para manipular documentos antiguos. Resultado: una nueva narrativa oficial donde Rusia aparecía como heredera legítima de la Rus de Kyiv.

Karl Marx fue uno de los pensadores que señaló esta falsedad. En su Historia diplomática del siglo XVIII, escribió que el carácter ruso no provenía de Kyiv, sino del pantano de la esclavitud mongola. Y, sin embargo, gracias a la propaganda zarista, el mundo empezó a creer en esa continuidad inventada.

La apropiación no fue solo simbólica. En 1654, el Hetmanato ucraniano —un Estado cosaco autónomo— firmó una alianza con Moscovia buscando protección frente a Polonia. Moscovia prometió respetar la autonomía ucraniana pero pronto traicionó el acuerdo. Usó la alianza como pretexto para ir absorbiendo el territorio y sofocar su independencia.

Hace tres siglos, Rusia robó no solo el nombre, sino la historia de Ucrania. Hoy, el mito se desmorona. Un régimen que se define como heredero de Kyiv no puede aceptar una Ucrania independiente, europea y libre porque eso contradice todo su relato imperial.

Por eso la guerra actual no es solo territorial: es por la memoria, por el derecho a existir con una identidad propia. Sin Ucrania, el relato ruso de continuidad histórica se derrumba. Y por eso la reacción es tan brutal: porque es existencial. Si la verdad histórica prevalece —y lo hará—, Rusia deberá enfrentarse a sí misma y aceptar que su grandeza se construyó sobre una mentira.

Hoy ha llegado ese momento. El momento de la verdad. En esta lucha entre memoria y manipulación, entre libertad y dominación, la historia auténtica vencerá.

Y quizás —solo quizás— ha llegado la hora de que Rusia deje de buscar su identidad en los monasterios de Kyiv y la busque, con honestidad, en las estepas de Asia. Tal vez el Karakorum tenga más respuestas que el Dnipró. Solo enfrentando la verdad podrán dejar de vivir una historia robada y empezar a escribir la suya propia. Hasta entonces, seguirán siendo un imperio con pies de barro, sostenido por mentiras y nostalgia.


LUIS M. MORALES
LUIS M. MORALES


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Oksana Dramaretska
  • Oksana Dramaretska
  • Embajadora de Ucrania en México
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