Tú no fuiste como el primer hotcakes, todo pálido, delgado y gacho.
Pensé mucho como escribir esto, y aún no me sale bien porque en torno a tu nacimiento hay muchas heridas abiertas que ya dejaron de sangrar, pero se tocan con precaución.
El primero fuiste tú. La primera ilusión, el primer gran miedo, el primer gran encontronazo con la realidad.
El primer cuerpecito que debía proteger, aun cuando yo me sentía totalmente expuesta.
La primer boquita que debía alimentar, el primero en abrigar, en acunar, en besar.
Fuiste con quien compartí la soledad de los días y las noches del esposo que trabajaba y la mamá que no lo era y la nueva mamá que no sabía cómo nacer.
Fuiste las manitas y los ojitos que miraban el llanto ante mis pechos llenos de sangre, porque nadie me enseñó a alimentarte y estaba tan desconectada de la mamífera que soy que solo insistía porque recordaba que nosotros de bebés “éramos muy pobres” y era lógico que te diera mi pecho y no en lata.
Fuiste a quien abrazaba para ignorar las miradas de desaprobación que me lanzaron al lactar, al jugar, al llevar algo menos que orgánico a mi primera reunión de mamás.
Fuiste la razón por la que, aunque lloré cuando tu padre me inscribió en Ecopipo, de miedo y de “mejor no, es mucho dinero”, no hice más que aceptarlo y esforzarme.
Andábamos tu y yo en carreola en Moreleando, hasta que descubrí la bandolera que hoy día aún carga a tus hermanos. La amabas y te acurrucabas la mayor parte de las horas del día.
Fuiste tú quien me dio rumbo.
Fue por ti que elegí vivir diferente, como una isla, sin deudas de lealtad, sola, porque en la compañía que conocía no había, en ese entonces nada bueno para nosotros.
Hoy ya no hay manitas. Hoy ya completaste tu primer septenio y uno más, pero aún crees en la magia y no espero que eso termine pronto o nunca.
Hoy te has convertido en un niño con sus propios asuntos que sanar porque pese a todo mi esfuerzo y transformación sé bien que solo lo haré mejor, pero no perfecto. No como lo mereces.
Hoy podemos hablar y recordar juntos, porque eres infinitamente perspicaz, con tu cabeza de brócoli, como te decían de bebé, tu vista rápida, tus manos capaces de convertir una botella en una guitarra.
Hoy puedo abrazarte y decirte que eres amable, digno, mi hijo mayor favorito y que estoy orgullosa de ti.
Felices 8 años, mi pequeño Slytherin.