El mundo está en llamas, mi amor, acá un granadero aventó a una viejita contra el suelo, según porque estaba protestando porque le robaron su pensión, y ella a su edad ya no tendría porque estarse preocupando por esas cosas, ¿verdad?
El mundo está en llamas, amor, pero sí, claro que te preparé tu sopita de dinosaurios.
El mundo está en llamas: a la amiga de mamá y a su hija les tocó gas lacrimógeno porque el zócalo lo necesitaban limpio de dolores ajenos, de madres que buscan a sus hijas, de madres que buscan su sustento, para su discurso de “llegamos todas”.
El mundo está ardiendo, porque a nuestros paisanos los persiguen como animales, están asesinando bebés y matando personas de hambre, hay un genocidio en tiempo real, no uno, son varios.
El mundo arde, mi amor, y aquí nosotros podemos sentirnos seguros, un poquito, aunque no tenga aún la renta completa y el refri siga vacío.
El mundo arde, porque en el país en que nos tocó nacer, las madres tienen que buscar a sus hijos con sus manos enterradas entre escombros, huesos y arena. Lo hacen.
Lo hacen y aquellos quienes deberían agradecer su labor, pedir disculpas porque ésta tenga que existir y protegerlas, vociferan indiferencia e insultos frente a la barbarie.
El mundo arde, mi vida, porque ahora que te tengo aquí a un lado, mientras vemos Peppa Pig solo puedo pensar en la edad adecuada para hablarte sobre cómo protegerte del reclutamiento forzado, como alejarte de la violencia y el riesgo de existir en este país, siendo del barrio, precario y sin padre.
El mundo arde, amor, y agradezco infinitamente que no seas mujer, porque eso te exime de la cifra de las once muertas diarias y, dentro de esta insensible gratitud, solo puedo pensar que ojala yo no termine siendo una de esas que agarran saliendo del trabajo a plena luz del día y encuentran después en un tambo, mordidas, violadas, sin nombre.
El mundo arde, y por primera vez, en el zócalo, te llevé a una protesta.
Estabas cansado, te engentaste, pero yo te expliqué por qué teníamos que estar ahí, porqué aunque hay una mujer en la presidencia, no nos reciben en el palacio a las madres, porque tú aún no tienes una pensión alimenticia y a tu papá lo siguen dejando esconderse mientras tú y yo nos las arreglamos todos los días con sopita de dinosaurios, tortitas de papa y un poco de fruta, mientras yo doblo turnos en la maquila y mi mamá te cuida, nos cuida, todo mientras caminamos sobre una fosa común de familiares, amigos y vecinos.
El mundo arde, mi amor, y tú estás chiquito, chiquito, pero naciste en un lugar donde hay que luchar para sobrevivir y un poco más para vivir; el mundo arde y a mí me toca enseñarte, en los pocos momentos y las pocas horas que me quedan después de trabajar, que no debemos dejarlo arder en sangre, violencia y muertos, el mundo arde, si, pero de estas cenizas tendremos que sembrar después, de la tierra de la que desenterramos a nuestros muertos, tendremos que florecer, porque no hay de otra, no queda más.
Nos toca, hijo mío, a los de a pie, a los del barrio, a los que crecimos sin padre, sin pensión alimenticia, sin dignidad alimentaria y social, nos toca defender a los nuestros, proteger a nuestras mujeres, recibir a los migrantes de vuelta y en tránsito, ser compasivos, abrazarnos entre nosotros y ponernos un pasamontañas y avanzar.
Avanzar, que esas puertas se tienen que abrir, porque el mundo arde y no arderá con nosotros afuera y ustedes adentro, si han de quedar cenizas, arderá todo, porque para sembrar se necesita justicia, y si no hay justicia, si no existe la mínima decencia y disposición, entonces seguiremos sobre tierras áridas, sangrantes y calientes sobre las que nada puede ser sembrado, porque nada florecerá.
La justicia no es negociable.
