Cuando era niña leí muchísimo, más que muchos adultos hayan leído incluso con la diferencia de edad.
Estaba pequeña y sola, y tenía seis mil libros a mi disposición, así que leí.
A los once, leí por primera vez Cumbres Borrascosas y desde entonces lo leí una vez por año hasta los diecisiete.
Recuerdo que mi madre no me permitía ver novelas, pero no había mucho control respecto a lo que leía en casa, así, me temo, que mi idea del amor se moldeó por literatura del tipo Madame Bovary, Cumbres Borrascosas, La Dama de las Camelias, Nuestra Señora de Paris y demás.
Mi cita favorita de Cumbres Borrascosas:
“Mi amor por Linton es como, como las hojas de los árboles.
El tiempo lo cambiará como el invierno cambia los árboles.
Mi amor por Heathcliff es... es como las rocas eternas bajo la tierra. Una unión íntima, que no vemos, pero necesaria. Nelly, yo soy Heathcliff.”
Crecí creyendo en un gran amor que no sería como el de mis padres.
Mi gran amor no me lastimaría ni me abandonaría. Me protegería y me daría todo lo que siempre soñé.
Excepto que no.
Todos los novios que tuve en la búsqueda del gran amor fueron violentos en una o más formas. Eran jovencitos provincianos educados al modo de “el gran amor”, pero entendiéndolo desde la posesión y la violencia.
Fui engañada, violada, atacada emocionalmente, sin darme cuenta que si bien era normal, no era correcto.
A los diecisiete empecé a vivir sola, recuerdo que la última vez que leí Cumbres Borrascosas fue cuando conocí a mi ahora esposo. Me fui con él a los dieciocho, el me llevaba diez años y ya tenía una hija y un divorcio a cuestas.
Desde ese momento han pasado catorce años, y en estos años he aprendido y dejado de creer en el amor eterno, sufrido y servil.
Aprendí que el amor es una elección, que se transforma y que debe si o si, ser nutricio.
En el camino, este descubrimiento me dio mucha rabia, porque noté que muchas cosas que yo interpretaba como amor, cuidado y atención no eran más que control, violencia o servilismo.
Ahora trato de educar a mis hijos fuera de la cultura del amor romántico, que es peligrosísima para las mujeres porque empeña su vida entera al servicio del cuidado de un hombre que difícilmente les corresponderá con la misma devoción.
Las mantiene al lado del agresor, que siempre promete ser mejor, pero no entrega nada tangible mientras no sea en su beneficio.
Mujeres que ven el divorcio como un fracaso, que consideran la familia tradicional el único éxito posible, sin importar cuanta violencia económica, sexual, emocional, patrimonial y hasta física reciban en el transcurso.
Así, el amor para nosotras representa una jaula llena de promesas y violencias, para ellos representa un contrato de esclavitud sexual, emocional y laboral que nos vincula a ellos y no los obliga a darnos nada más que el holograma de la familia feliz ante la sociedad.
¿Qué nos tiene que pasar a las mujeres para soltar esa idea y empezar a vivir en base a otras reglas propias, nuevas, muy lejos de la mecanización establecida de la esposa que todo lo soporta, la madre que cuida incondicionalmente y el ama de casa que mantiene todo impecable?
¿Cómo educamos diferente inmersas como estamos en una cultura que, literalmente enseña a nuestras niñas a ser esposas eternamente enamoradas?