Sociedad

¿Cómo podrías hacerlo?

  • Criando Consciencia
  • ¿Cómo podrías hacerlo?
  • Nadja Alicia Milena Ramírez Muñoz

A todos los Salomones del país.

¿Qué se siente estar sentado en tu enorme casa, con tu cuenta en millonarias cifras, el airecito fresco y tus hijas sanas y salvas, siendo custodiadas en sus camionetas de lujo en cada salida a arreglarse las uñas? 

¿Qué se siente verlo todo desde la ensayada omnipotencia de quien se corrompe por mucho, por poco, por lo que sea, mientras las morritas de verdad, no las de escaparate que viven entre tules y tarjetas gold, se suben a los camiones a cuarenta grados bajo el sol y son recibidas por manos largas, mugrosas y miradas que prometen miedo, dolor y sangre, si tan solo apagamos el GPS o nos descuidamos un momento?

Imagino que no te alcanza, ni la hombría, ni la preparación política para entender lo que siente cada mujer cuando tiene que caminar sola de noche a casa porque los Uber ya dan miedo y los taxis también. 

Cuando trae en las manos las llaves y el celular en llamada con su mamá, para alcanzar a gritar la descripción del sujeto si acaso la llegan a levantar.

Para ti debe ser muy fácil, las tuyas siempre regresan sin una gota de sudor, en santa paz, como debe ser y debería ser para todas las mujeres de Torreón y del mundo.

Pero acá, en el barrio nos están matando. 

Acá no podemos ir a pedir un aborto ni siquiera al centro de salud donde ya es legal porque, adivina: nos tratan con brutalidad. 

Acá en el barrio una caja de misoprostol son dos días de trabajo y no podemos dejar a los niños sin comer por dos días enteros.

Acá, si denuncio a mi padre que me viola cada noche, no tendré donde vivir y ni hablar de alcanzar a terminar la secundaria. 

Si me salgo de la casa de la persona que juró me cuidaría y amaría, pero me tiene encerrada y me trata a patadas, golpes y dientes rotos, no puedo volver con mi mamá porque la comida no va a alcanzar para mis hermanitos.

Acá si yo denuncio al maestro que me secuestró después de clases en un aula vacía, me enfrento directamente a tus amigos, Claudia. 

Y no solo te hablo a ti, les hablo a todos los Alejandros del mundo, quienes desde la comodidad de sus realidades ordenan poner vallas en las plazas para contener la rabia. 

Mandan mujeres policías, si, las mismas que nos golpearon y arrastraron en el suelo frente a nuestras hijas el año pasado. 

Suben francotiradores a los edificios y lanzan gas pimienta sobre las mujeres y niñas que venden en el zócalo (porque tu justicia no les ha procurado

una pensión alimenticia digna y de algo se tiene que vivir), sobre las madres de víctimas de feminicidios, sobre las mujeres que luchan todos los días para obtener algo parecido a la justicia.

Acá si yo salgo a la calle a marchar, a rayarte las paredes, a escupir sobre los símbolos de todo lo que tú si valoras, Javier, es porque me tienen harta tú y tu séquito de adoradores del concreto, hombres pulcros de manos suaves que jamás han lavado un plato y mucho menos limpiado una casa mientras los hijos lloran y pelean porque mamá no les podrá prestar atención nuevamente, debe irse a la maquila por un salario de hambre a trabajar durante doce horas, y después, al salir exhausta de madrugada, ¿adivina que, Pablo? 

Uno de esos tantos hombres buenos que se dan golpes de pecho durante el día la esperará en una esquina y nos la entregarán embolsada, semi enterrada en una cuneta. 

Por eso salgo a romperte los vidrios, Marco, pero tú no entiendes. 

¿Cómo podrías hacerlo?

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