Sociedad

Andrea

  • Criando Consciencia
  • Andrea
  • Nadja Alicia Milena Ramírez Muñoz

De niña le dije a una de mis tías veracruzanas que deseaba llamarme Andrea y ser blanca, porque estaba feo ser negra y Andrea tenía una casa enorme y muchos juguetes; además, su mamá la quería. 

Y yo pensaba que era por el nombre de blanca.

Mi tía me dijo que las morenas tenemos “el sabor” y eso me dio esperanza. 

Pase muchos años de mi adolescencia posterior, usando bronceador para ser más morena, buscando la mayor cantidad de “sabor” que pudiera ofrecerme mi tono de piel.

Siempre fui demasiado blanca para ser negra pero demasiado negra para ser blanca. Soy mestiza.

Hija de la familia pobre que viene de la familia extensa rica, crecí con privilegios tales como uno de los mejores colegios para estudiar la secundaria y la prepa, del que eran dueños mis tíos.

Así, pase la adolescencia siendo la negra entre las primas blancas de ojo verde. 

Siendo la pobre entre las hijas de los diputados. Siendo la rebelde entre las señoritas de la casa.

Antes de eso ya había sido la colocha fea a la que le deseaban la muerte a través de una carta anónima en el salón de tercer año de primaria. 

La que perseguía a las niñas por toda la escuela mientras fingía que estaban jugando con ella. 

La que recuerda el único día que el único niño que la defendió, lo hizo. Se llamaba Josué.

Yo también fui la jovencita que se juntaba mejor con niños porque las mujeres le dijeron lesbiana a los doce. Yo también guarde rencores por sentirme menos, por saberme pobre, prieta, fea, sola, no amada. 

Las otras niñas, las Andreas del mundo, me eran incómodas, y por lo mismo no lograba acercarme honestamente a ellas. Me inventé un personaje. 

Fui primero la estudiosa invisible, la misma que fui en la primaria para sobrevivir. 

Luego, las hormonas hicieron su efecto y las ganas de encontrar un camino distinto me orillaron a ser la fresa, la chola, la grafitera, la que exentaba todos los exámenes y sin embargo castigaban todos los días en la escuela. 

La que terminó en la cruz roja por congestión alcohólica el día de su cumpleaños dieciséis y andaba robando licor con hijos de políticos. 

La que a los quince saltó una barda para huir de la policía porque andaba grafiteando una propiedad. 

La que llegaba a su casa donde la comida estaba contada, la madre ausente y era amiga de las navajas de los rastrillos y liberaba su dolor con cortes en las piernas.

Fui todas ellas mientras era también la niña descalza forzada a tener novio fuera de la casa de su mejor amiga, para quedar bien, para no seguir siendo extraña. 

Mientras me rasuraba los brazos y la panza a los doce. 

Mientras me decía a mí misma que jamás me casaría porque nadie me querría con mis rodillas negras.

Fui la muy pobre para encajar en su familia, pero la muy rica para encajar en el barrio, la negra colocha entre el mar rubio de primos y la blanca ante las niñas de la primaria que me querían muerta. 

Siempre a medias, siempre a pies descalzos, siempre en sombras, siempre sin espejos.

Hoy, ¿Quién me asegura quien soy quien creo ser?

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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