Los auténticos decadentes
Fue tampoco el tiempo que Cigan la vio, su sonrisa le arrebató un espacio en el que habitaba con la comodidad de un cínico. Porque para un prica acostumbrado a su propio universo, a su propio cosmos, territorios ganados en los años post-ayahuasqueros, no le es sencillo reconocerse en dos banquetas, sólo sabe de la suya, por decisión propia.
La cotidianidad lo llevó a topársela en la brusquedad de un guiño, justo cuando él había considerado que aquello fue sólo un instante irrepetible y que debía conformarse con saber que para Primalja, él fue otro mobiliario digno de no ser recordado, sobre todo si consideramos el papel de zoquete mudo que adoptó en aquel momento, pero ¿quién puede ser juzgado cuando sentado está en el “vip” del recital de la mismísima Afrodita?
Con el paso de los bits del tiempo aire pre-pagado, optaron por sentarse frente a frente, mismo sitio, mismo espacio, diferente sillón y ser de uno y otro. Para Cigan, fue claro que la vida le daba otra oportunidad y en los días previos a la tertulia para dos, entrenó con la vehemencia de un guerrero cholulteca, dispuesto a saber reaccionar en el momento preciso, improvisar, ser audaz, zagaz, poderoso, luminoso y no quedarse callado.
Primalja acotó con feminidad contundente, que la hora pactada podría tener una elasticidad de quince, treinta y hasta sesenta minutos, tortura ingente para el que espera y sin embargo aceptada aún, con un ejército de lepidópteros en las tripas. ¿Es condición egoica?, ¿presagio?, sabrá usted, pero se vive en tiempo real.
Con la escasa concurrencia, Cigan poco podía concentrarse en la charla mundana de tres frentes abiertos, como histrión de varias pistas, pero puesta su atención y esperanza en el puerto de arribo. Y así, en un momento las aguas de la espera se abrieron sin necesidad de un Moisés sobrevalorado, ella misma lo hacía.
La luna se movía de a poco entre néctares de los dioses, las frases, las risas, la encomienda de no quedarse callado se llevaba en tiempo y forma, carajo, ser uno mismo. Algo mágico parecía estarse dando en aquel aquelarre íntimo, tan fluido como un arroyo tras las lluvias de marzo, como verso de Fernando el Monocordio mayor en recital de libros, como cajera del OXXO ofertando un redondeo de centavos extintos.
Del inframundo apareció el hombre barbado, una suerte de druida beodo excomulgándolos del paraíso ese con una dosis de mezcalera amabilidad, pero igual desalojados; una suerte aquello si consideramos que Adán y Eva sólo fueron libres y felices cuando les dieron de baja del padrón de ciudadanos inscritos en aquel paraíso de hueva, celibato arbolado de mierda.
Y pronto que se vieron fuera de aquello, estuvieron más cerca que nunca, más íntimos, más nosotros, menos yos, antídotos ellos de la frigidez.
La magia invocada estaba dada, envites de frente, de arriba, de debajo, de atrás, de botones lamidos, mirada de tú a tú entrando y saliendo. Esos lamentos entre extremidades abiertas recibiendo, engullendo al Cíclope llorón con los labios.
Cuatro paredes incendiadas, girando como astro perdido en no sé dónde; Cigan y Primalja perdidos, extraviados, desorientados del resto de la creación, finales varios, muchos, previos todos al canido “mood” donde fueron sorprendidos por la erupción del Popocatépetl y así, ambos cayeron en profundis, enlazados de ternura y besos de promesa en un eterno presente, ¿acaso Neruda les bendijo?
“Manos tuyas que reciben vida, que después de renacer has proveído amor.
Desde tu herbolaria paz y tu círculo de fuego abrevado entre brujas y me has permitido ser y estar”
Canta en silencio Cigan mientras contempla y cuida con su vida el sueño de ella, en paz de estar en perfecta armonía y sin más esperanza de querer vivirse.
Aquella avenida en silenciosas farolas y mercaderes clausurados por la pernocta fueron los testigos de efigie, en su retorno, en sus besos, en su mirada ahora distinta, sin promesas, pero con un soplo de fe. Los puristas les llamarían impolutos, impíos, ellos se llamarán por celular, esa si fue una promesa.
Después de meridiano y con el sol dispuesto a entregar la estafeta, alguien la cuestionó sobre su presente somnolencia, la respuesta fue clara:
-Un zíngaro me ha robado en cuerpo y alma la noche de anoche.
- ¿Y tú lo has permitido?, ¿por qué?
-Porque los dos quisimos ver la luna.
Fin
@moredilustrador