Amarse a uno mismo es el principio de una historia de amor eterno.
-Oscar Wilde-
El amor está incluido dentro de la gama de los sentimientos y afectos llamados volitivos, es decir, un tipo de proceso por el cual un sujeto opera de manera racional, libre y consciente.
La etimología de la palabra amor se compone del prefijo a- y la palabra en latín -mors (cuyo significado es muerte). Es decir que “vivir con amor” equivale a “vivir sin muerte”. Asimismo, amor proviene del latín amma y esta era la palabra que los niños usaban para referirse a su mamá.
La madre aprende a amar a su pareja, a su hijo (a) y sus allegados. La premisa es que se ha de amar a sí mismo para amar a los demás. Pero ¿cómo se da este aprendizaje? ¿Me amo a mí mismo? Hay una máxima muy antigua “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Es necesario llenarnos de amor para compartirlo, pues no se puede dar lo que no se tiene.
La vida nos va llevando por diferentes caminos del amor y aun cuando es un acto voluntario, al encontrarlo siempre nos sorprende.
Existen tratados sobre el amor, pero su genialidad radica en la magia que sucede cuando aparece y cómo lo hace. Guarda semejanza con los sueños, el soñante al despertar recuerda el sueño y lo siente ajeno, como si viniera de otro y nos sorprende cómo sentimos el llamado, conminados de forma irresistible, sin saber por qué. Como dice Charles Bukowski: Quiero estar contigo. Es así de simple y así de complicado.
El amor es intempestivo, aparece y da igual si acabas de conocer a alguien o ya tienes tiempo de “conocerlo”, en ese momento te descubres ante el otro, coincides con una insólita armonía, ¡te enamoras!
“Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”.
Julio Cortázar, Rayuela (fragmento)
Miriam Colín
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