Cultura

Los empeños de Lucia Berlin

Lucia Berlin, ‘Bienvenida a casa’, Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino, Alfaguara, México, 2020, 186 pp. (Especial)
Lucia Berlin, ‘Bienvenida a casa’, Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino, Alfaguara, México, 2020, 186 pp. (Especial)

Muchos fueron los empeños de Lucia Berlin (1936-2004) para hacerse de una obra narrativa. Aun vinculada a medios y personajes de las letras norteamericanas en distintos años de su vida, no alcanzó el reconocimiento sino tiempo después. Errancia, alcoholismo, inestabilidad emocional… fueron clave existencialy, consecuentemente, deescritura. Al grado de que el lector en español supo de ella apenas hace unos cuatro años.

Ahora, con la edición de Bienvenida a casa, volumen que recopila textos autobiográficos y una selección de cartas, puede hablarse de la culminación de su obra completa (antes conocimos Manual para mujeres de la limpieza y Una noche en el paraíso) alrededor de cien piezas ya inscritas en el canon del cuento norteamericano y, marcadamente, de las que beben de la vida propia para su consecución.

Lucia Berlin, se dijo ya, escribió lo que vivió. Sus narraciones recogen experiencias, gozosas y traumáticas, de una cotidianidad signada por la normalidad. Nada del otro mundo, aunque el suyo fue sin duda un universo marcado por la altísima sensibilidad, y que como sin proponérselo terminó anclada en la narrativa.

En Bienvenida a casa, a la vez un pequeño libro de imágenes de la autora, se revelan los significados que ésta le otorgó a la lectura y la escritura. Puertos en la descompuesta travesía de una mujer que ama y extraña a los mismos niveles. “Lo llaman romperse el corazón porque añorar a alguien es un dolor físico real, lo sientes en la sangre y en los huesos”.

Con residencias en Santiago de Chile, el Sur de Norteamérica, Nueva York e incluso México, Lucia Berlin (tres maridos, cuatro hijos, una hermana muerta de cáncer, la madre distanciada) encontró en la lectura, “durante toda mi vida”, un “consuelo íntimo”. Hallazgo similar al de la escritura, “hay muchas cosas que quiero contar, que quiero poner en palabras y decir”.

“Ya he visto todas las caras del terror”, escribe desde Nuevo México a finales de los 50, “desde fuera, desde dentro, por arriba, por abajo, etc. Se diría que no me importa” para, unos días después, auto declarar un “optimismo estridente” en la escritura. “Ojalá tuviera mi maldita máquina de escribir, quiero escribir, qué locura. De pronto tengo cientos de cosas por contar”.

Se podría ahondar en la naturalidad escritural de Lucia Berlin y hasta en eso llamado autoficción, lo que no deja fuera su conocimiento de la mejor literatura y la manera en que la incorporó a la propia. Hecho que se constata en otra de sus cartas a “los queridos Dron”, donde pondera “los escenarios” de Guerra y paz, “la intensa violencia faulkneriana”, la “Muerte de un jornalero” de Robert Frost y “el orden de Melville”, así como sus referencias a Henry James, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Burroughs y el español Ramón J. Sender, con quien trabajó directamente.

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Mauricio Flores
  • Mauricio Flores
  • [email protected]
  • Periodista, estudió Ciencia Política y Administración Pública en la UNAM
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