
Con la poesía sucede lo que empleaba Gabriel García Márquez en la narrativa, la gente se divide entre los que saben contar un cuento y los que no. En terrenos de la lírica es similar, aunque la tierra es fértil y se usan las mejores semillas (de la generación), no muchas veces hay resultados óptimos; se dan ocasionalmente. Cansa, sí; pero más a los lectores que a quien permanece insistente título tras título. Y con esa mirada escéptica recorro varios libros de poesía hasta que una luciérnaga brilla en la penumbra. Eso me ocurrió con el Historial clínico de León Plascencia Ñol (Ameca, Jalisco. 1968)
La propuesta es un libro integral, nítido y fuerte: nada ni nadie nos prepara para describir la muerte de nuestros progenitores. Plascencia Ñol describe el proceso de la enfermedad de su madre (insuficiencia renal crónica) hasta sus últimos días.
Hace 60 años Ricardo Garibay publicó Beber un cáliz, un ensayo sobre los días aciagos que acompañaron a su padre hasta que “su espíritu se desprendió del cuerpo”. En 1965 ya había comenzado el auge de la novela, las editoriales querían centrarse en ese género literario. Y Garibay, con su carácter desbordado, volcánico, sorprendió con un texto que en un momento no fue comprendido. Las exclamaciones no se hicieron esperar y señalaron: “Ah, es un diario; es un reportaje sobre la muerte, es una crónica”. Estaban seguros de que no se trataba de una novela, mas su antipatía por el escritor no les permitió conocer ese libro con una variedad de matices.
T. S. Eliot albergó en las páginas de la revista The Criterion, en 1926, un ensayo largo de Virginia Woolf titulado Estar enfermo. En esa época, Woolf padecía insomnio, ansiedad y depresión; ya le recetaban potentes sedantes que la hacían dormir y le quitaban horas de escritura. Con esta experiencia en antidepresivos, comenzó un texto que plantea esa carencia en la literatura: nadie escribe sobre la enfermedad, acaso porque es mal visto o como si no importara lo que le sucede al cuerpo. Ella lo analiza, observa la situación bajo el microscopio y le da un contexto social, histórico, feminista, político. Habla de la percepción del enfermo y de cómo se transforma el mundo. La escritora divide a las personas en un ejército de los erguidos y los que deben estar en cama guardando reposo. A este último grupo pertenece la madre de Plascencia Ñol.
No se trata de un poemario más sobre la muerte, sino de una experiencia que incluye prosa, poesía, descripciones médicas. Es un expediente completo. Además de la sintomatología y los medicamentos que se le proporcionaron, incluye el estado anímico de la paciente, y una mirada en retrospectiva, antes y durante la enfermedad. Es un intento de recuperar la esencia de una persona que está a punto de pasar a otra dimensión. Una crónica, como en su momento lo hizo Garibay, de esos días aciagos en donde no parece haber una salida para nadie: ni para la paciente ni para los familiares.
“A veces la depresión es un espejo de vidrios rotos; a veces, un tsunami quieto”, dice el poeta.
Desde estas páginas se exhiben dos tipos de viajes: el recorrido que hace para llegar hasta el pueblo de su progenitora; y el desplazamiento interior, ese que lo transporta a ráfagas de recuerdos, fotografías familiares, paseos, pláticas con su madre, olores, llamadas telefónicas. Todo el tiempo se apela a la memoria, al retrato hablado, las frases, las preocupaciones que no quería dar.
También el libro es un réquiem por la madre: su voz, lo que cantaba, lo que callaba, lo que susurraba. Por esos días el escritor optó, por instantes, hallar consuelo en las voces de otros escritores como Eros Alesi, John Ashbery, José Carlos Becerra, Anne Carson, Paul Celan, Inger Christensen, Albert Cohen, Luis Feria, Richard Ford, Lyn Hejinian, José Kozer, Jenny Tunedal y José Watanabe. Son autores que lo han acompañado a lo largo de su vida y que han escrito sobre lo que significa perder a un ser querido. Fragmentos de poemas o frases de ellos aparecen a lo largo de este libro que puede ser visto como un polígono por las distintas caras que muestra. Gracias a la honestidad del autor podemos ver que las referencias están claras y no se han incluido de forma escurridiza en lo hecho por el poeta, como ha ocurrido con ciertos autores que no vale la pena mencionar (ni leer).
“Las enfermedades son cubos de cristal en donde podemos ver todo lo que se incuba”, dice Plascencia Ñol.
La línea de la vida que permanece indeleble en la palma de nuestras manos, quizá puede verse como una herencia de nuestra madre. Y en el instante que ella debe abandonar su cuerpo, experimentamos la sensación de habernos convertido en un fantasma. Ese estado temporal es lo que se examina en este atípico Historial clínico. Y el reto es muy similar a lo que plantea Woolf, nombrar la agonía en sus intrincadas galerías, superficies, extensiones, considerando que las palabras parecen tener una cualidad mística, porque “comprendemos lo que está más allá de su significado, reunimos intuitivamente esto, eso o aquello, un sonido, un color, aquí un acento, allá una pausa”, refiere Woolf.
Hay varios poetas que han escrito sobre sus muertos, otros los llevan a cuestas y hay quienes se han mimetizado con ellos. En la contraportada del libro se anotan algunos nombres; sin embargo, varios distan de lo que realmente propone León Plascencia Ñol. El desfile de nombres es disparejo y no aporta información para quien no conoce al autor, pues hace falta un sustento crítico que soporte esos balances. Ya sé, la contra es breve; pero ¿por qué caer en ligerezas si puede haber claridad?
Susurros, indagaciones con el lenguaje, el arte abstracto de Mark Rothko convocado de nuevo, ventanas a un paisaje desértico como lo es la desolación, el dolor ante la pérdida. Otra vez el agua y la natación en las reflexiones del poeta, ahora aquí con esta imagen: “Vi a un grupo de nadadores en la piscina azul. Se movían en pequeñas pausas, tomaban aire, y volvían a lanzar sus brazadas. Así debe ser con la muerte, uno respira y lanza una brazada para detenerla”.
Este libro es para nefrólogos y sus discípulos, personas que han perdido a un ser querido y para quienes buscan, a través de la palabra, que una luciérnaga los ilumine en días adversos.