Cultura

Monstruo de tres cabezas

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‘La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo’. Mariana Enríquez. Anagrama. Barcelona, 2018. (Especial)
‘La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo’. Mariana Enríquez. Anagrama. Barcelona, 2018. (Especial)

Esta semana se cumple un año del arribo de la pandemia a nuestras vidas. Confieso que me he alejado de las críticas infructuosas que solo exponen una visión parecida a un laberinto inglés, pero sin salida. Nos hemos reinventado y hacemos cosas diferentes a lo que realizábamos antes. Sin embargo, una constante ha sido la buena lectura, la fortuna de que la industria editorial siga en marcha con pocos, pero doctos libros, como diría Quevedo.

Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) ejecuta un sólido acercamiento a la vida y obra de Silvina Ocampo. El acierto de este libro radica en que evita caer en el discurso acartonado y tedioso, en loas de asombro y gloria a los que suelen recurrir los biógrafos cuando admiran al autor. No hay engolosinamientos. También, por suerte, está lejos de otro vicio: cuando el biógrafo insiste en sacar a la luz imprecisiones no comprobadas que deforman el recuerdo del escritor. El trabajo de Enríquez es equilibrado y ameno, la prosa fluye como un caudaloso río. Cuenta con información y datos precisos para armar la vida de Ocampo, como si se tratara de un personaje de las historias de Mariana Enríquez: con claroscuros, enigmático, sin ataduras en el terreno sexual, brillante y no convencional.

La biógrafa exhibe dos aspectos fundamentales en la trayectoria de Ocampo: la relación de amor-odio que tuvo con su hermana Victoria, y la estrecha amistad que conservaron Borges, Bioy Casares y ella. Silvina era esposa de Bioy Casares, durante una larga temporada Borges acostumbraba visitarlos con frecuencia, quedarse a cenar y seguir hablando de literatura. Ese vínculo que, indudablemente trajo frutos a la literatura, la autora lo describe como un monstruo de tres cabezas.

¿Por qué es importante Victoria Ocampo en la vida de su hermana, si en apariencia no se llevaban bien? Victoria era la mayor de las hermanas Ocampo. Eso le daba cierto poder sobre la hermana menor, quien se veía un tanto afectada por decisiones o, caprichos, de Victoria. Además, ella también escribía y, por azares del destino, le solicitaron una reseña sobre el primer libro de cuentos que publicó Silvina. La crítica fue atroz, con más saña que objetividad. Toda la rivalidad que tuvieron queda a la vista en ese texto. No obstante, años después Borges elogió la escritura de Silvina y, aunque se refería a otro libro, ya no le hicieron daño los juicios dilapidarios de la primogénita de las Ocampo.

Silvina inventó una palabra o especie de código para cuando necesitaba decirle a Borges que estaba cansada, sin que éste sintiera que lo estaba corriendo de su casa. La palabra, revela Enríquez, era Au reservoir, una variante de Au revoir. Eso quería decir que Silvina ya no iba a aportar nada a la tertulia literaria y que prefería irse a dormir en lugar de ofrecerles bocadillos y bebidas. Conviene señalar que desde que Bioy, siguiendo el consejo de su esposa dejó la abogacía por la literatura, él y Borges descubrieron que podían escribir a cuatro manos, leer, comentar libros y sentirse a gusto en la complicidad del otro

Aquí conocemos a un Borges exigente, ¿misógino? El escritor y poeta Juan José Hernández narra en el documental Las dependencias, que Borges prefería hablar y hablar en las comidas con Bioy y Silvina, pues la mayoría de las veces no le gustaba lo que cocinaba Silvina. Y que, para el autor de El Aleph, ninguna escritora era merecedora de “una admiración si reservas. Ni Virginia Woolf se salvaba.” Si se atiende a la observación de Hernández, testigo de esa convivencia fraterna, Silvina fue las pocas escritoras que merecieron cuidado de parte de Borges; situación que se convirtió en trabajo diario, cuando él se ofreció a traducir al inglés los cuentos de Ocampo. La otra autora que contó con la aprobación de Borges fue María Luisa Bombal.

Se sabía que Bioy tenía amantes, no era algo oculto. Una de ellas fue Elena Garro. A principios de los años setenta, refiere Enríquez que Garro se comunicó con Bioy para avisarle que debía abandonar México, acaso por todo lo que ella dijo (o no explicó bien) sobre qué escritores apoyaban el Movimiento del 68. Elena Garro, en un arrebato, decidió enviar a sus cuatro gatos de angora a Argentina, a la casa del escritor. Los felinos arribaron, pero a Silvina le gustaban más los perros. Las mascotas de Garro terminaron en una guardería para animales sin dueño y eso nunca se lo dijeron a ella, quien por esos años no gozaba de mucha aceptación en el círculo literario mexicano. Paradójicamente, el día que enterraron a Silvina Ocampo llovía y se aparecieron cuatro gatos en el panteón.

Sin duda, es un libro valioso que vuelve más tolerable la permanencia en casa.

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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • [email protected]
  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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