Cultura

Jauría literaria

columna de Mary Carmen Sánchez

El gran libro de los perros. Edición de Jorge de Cascante. Ilustrado por Alexandre Reverdín. Blackie Books. España, 2022.

He visto a las mejores mentes de mi generación (y anteriores) escribir sobre perros.

En voz del perro, Unamuno expresa su inconformidad con las torpezas en las decisiones de los seres humanos. En la “Oración fúnebre a modo de epílogo”, Orfeo está triste porque su amo lo ha abandonado, asimiló mucho de él, tanto que ya puede imitarlo en sus soliloquios: “¡Qué extraño animal es el hombre! Nunca está en lo que tiene delante. Nos acaricia sin que sepamos por qué y no cuando le acariciamos más, y cuando más a él nos rendimos nos rechaza o nos castiga. No hay modo de saber lo que quiere, si es que lo sabe él mismo. Siempre parece estar en otra cosa que en lo que está, y ni mira a lo que mira. Es como si hubiese otro mundo para él. Y es claro, si hay otro mundo, no hay éste”.

La crítica de Miguel de Unamuno se vuelve más aguda cuando el perro se refiere a que el ser humano sólo goza de buena salud cuando duerme y que es un animal hipócrita por excelencia que ha optado por vestirse para ocultar sus vergüenzas, que almacena sus muertos, que sueña y se ilusiona, pero que muere como cualquier otro ser vivo. Para el perro, el hombre ladra a su manera: “La lengua le sirve para mentir, inventar lo que no hay y confundirse. Y todo es en él pretextos para hablar con los demás o consigo mismo. ¡Y hasta nos ha contagiado a los perros!”.

El monólogo de Orfeo tuvo mucha repercusión en la narrativa hispanoamericana.

¿Quién no ama a los animales de compañía? ¿Quién no desearía leer los mejores cuentos, ensayos y poemas sobre canes? La temática es interesante, más sí se hace una lista de autores de primer nivel. Siempre que se concibe una antología nos enfrentamos al criterio tanto de selección como de ubicación. El antologador literario se parece mucho a un curador, acomoda los textos para que el lector aprecie la esencia de ellos como si estuviera en una sala de museo. Aquí el lugar de los textos corresponde, precisamente, al tipo de perro.

Los primeros ladridos comienzan con el apartado dedicado al perro bueno. Se unen al convivio textos caninos de Patricia Highsmith, Jules Renard, Katherine Mansfield, Horacio Quiroga, Mapi Vidal, Lady Julia Lockwood y Harry Crews, por mencionar algunos. Luego siguen los perros atentos retratados por Josep Pla, Virginia Woolf, George Eliot, Ramón Gómez de la Serna, Emilia Prado Bazán, Emily Brontë, Elena Garro y Christina Rossetti. Los perros malos son perseguidos por la pluma de Rafael Azcona, Ana Carrete, Roberto Artl, Selma Lagerlöf, Jean Alexander, Jerome K. Jerome, Maeve Brennan, Edward Lear, Jardiel Poncela y Russell Edson. Los perros que piensan seguramente les enseñaron el colmillo a Franz Kafka, Juan Rafael Allende, León Tolstói, Miguel de Cervantes, Jack London, Anton Chéjov, Leopoldo Alas “Clarín”, Mark Twain, Nikolái Gógol y Anatole France. Después vienen los canes que cambiaron vidas y a ellos se refieren Clarice Lispector, Thoman Mann, Rubén Darío, G.K. Chesterton, Leticia Sala, Madame de Sévigné, Jorge de Cascante, Fernán Caballero y Walt Whitman. Y, finalmente, los perros que les robaron el corazón y que no volverán a ver Ana María Matute, Miguel de Unamuno, Ana Flecha Marco, Mary Wollstonecraft, Federico García Lorca, Lydia Davis, Guy de Maupassant, Mueriel Spark, Nacho Cano, Amy Hempel y Constanza Gutiérrez.

Hay perros chicos, medianos, grandes; desde bulldog, pastor alemán, labrador retriever, Golden retriever, poodle, husky siberiano, marstín del pirineo, tosa inu, akita inu hasta gran boyero suizo.

Los cuatro ausentes en este aullido literario son Francisco Tario con su relato “La noche del perro”; Ricardo Garibay con “El rubio Elkan”; Juan Rulfo con “No oyes ladrar los perros”; y “Nero” de Miguel Torga. El perro que quizá no debió estar incluido es Yoko, perro del antologador de esta edición; en ningún momento debe mirarse como un acto de discriminación a Yoko, sino un recordatorio de coherencia y honestidad. Así como el curador de una sala museográfica jamás colgaría en una exposición uno de sus lienzos, De Cascante debió de aprovechar el prólogo o un epílogo para rascarel lomo de su perro.

Con la misma paciencia que un can roe un hueso grande, así habría que adentrarse en las páginas de este libro.

Mary Carmen Sánchez Ambriz

@AmbrizEmece

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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
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  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
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