Algo que quería contarte. Alice Munro. Lumen. México, 2021.
En esta temporada en que nos toca surfear la cuarta ola del Covid como si fuéramos avezados equilibristas y diestros en esquivar zonas de contagios, en el año en que debemos ser superhéroes y enfrentar con lo mejor que tengamos a las variantes que aparecen, este ramillete de cuentos viene a ser un remanso en ese mar enfurecido que pretende desestabilizarnos.
Hay autores que escriben desde el rencor, otros desde la tristeza y hay quienes lo hacen desde la empatía, como Alice Munro. Es una espléndida narradora que recupera instantáneas de la vida cotidiana, situaciones inusuales, ironías, ocurrencias y momentos de desasosiego. Varios de sus cuentos parecen novelas cortas y, bajo esa condición, ocurren muchas cosas dentro de ellas, casi media vida de los protagonistas. En 2013 le otorgaron el Premio Nobel de Literatura, de esta manera se convirtió en la primera mujer canadiense en recibir este reconocimiento.
Por sus habilidades en la construcción de personajes y su desarrollo psicológico, algunos críticos literarios la consideran la Chejov canadiense. Las relaciones en pareja, el amor, el desamor, el divorcio, las crisis existenciales, los reencuentros, funerales y demás escenas para rememorar tienen lugar en sus narraciones. Algunas de sus historias solían desarrollarse en un sitio imaginario que llamó el Condado de Munro, otras cuentan como escenario principal a la ciudad de Ontario, de donde es originaria.
La escritora española Elvira Lindo recuerda que un reportaje de The Vancouver Sun hizo que el apellido Munro irrumpiera en la escena literaria y de paso diera cuenta de su feminismo. El periódico se refería a una mujer que, mientras sus hijas dormían la siesta, ella aprovechaba para escribir historias, mismas que vendía para periódicos, revistas o la radio canadiense. La habitación propia, sobre la que reflexiona Virginia Woolf y que no todas las mujeres tienen acceso a ella, era en realidad el cuarto de sus hijas, espacio donde escribía a mano para no despertarlas y luego pasaba el escrito a máquina. “Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos”, así se tituló la nota del diario donde se habló por primera vez de Alice Munro.
En más de cincuenta años que lleva de frecuentar el cuento, ha explorado las relaciones familiares y, lo más importante, puesto las bases para entender los distintos roles de la mujer en el siglo XX. Construye los cimientos de un feminismo finisecular y los renueva en el siglo XXI. Deconstruye la maternidad, la libera de idealizaciones, la vuelve terrenal, tangible.
De estos trece relatos que integran el libro, uno de ellos es sumamente irónico, divertido, fresco. Se titula “Material”, y tiene que ver con Hugo Johnson, un escritor “rabelesiano” que pretende ser más famoso y encantador de lo que en realidad es: un farsante. “Tipos hinchados, testarudos, impresentables, así es como los veo, consentidos por la vida académica, la vida literaria, por las mujeres. La gente irá a oírles decir que a tal y tal escritor ya no merece la pena leerlos, y que hay que leer a tal otro; a oírles menospreciar y ensalzar y discutir y burlarse y escandalizar.” Retrata de esta manera a las esposas de escritores como Hugo: “Las mujeres casadas con los hombres del estrado no están entre el público. Están haciendo la compra o limpiando caca o tomando una copa. La vida de ellas gira alrededor de la comida y la caca y las casas y los coches y el dinero. Tienen que acordarse de buscar los neumáticos para la nieve e ir al banco y devolver los cascos de cerveza, porque sus maridos son tipos brillantes, talentosos e inútiles a los que hay que cuidar por el bien de las palabras que emanarán de ellos”.
En la narrativa de Alice Munro se presentan contrastes: por un lado muestra, sin tapujos, la serie de peripecias que debió hacer con sus hijas, con sus exmaridos, con las personas que la rodeaban y la miraban cómo un bicho raro, pues nadie podría pensar que se dedicaría a escribir, a contar la vida; por otro, exhibe su apego a la religión católica. Ella creció con una familia presbiteriana que, al margen de fanatismos religiosos, sí tenía una ética demasiado estricta; su padre, Robert Laidlaw, era un gran lector de la Biblia y un cronista persistente, pues narraba lo dura que es la vida de los pioneros escoses que llegaron a vivir a Canadá. Las referencias a la religión católica no son aburridas sino anecdóticas, impregnadas de contradicciones y casualidades.
Alice Munro practica la escritura sin vanidad, esa fue la moral que ejerció desde joven y que ha seguido frecuentando. Escribir para ella es parte de la vida cotidiana como la maternidad, las relaciones sociales; como cocinar, limpiar, leer y respirar.
Mary Carmen Sánchez Ambriz
@AmbrizEmece