Cultura

El tiempo de Elena Garro

En este 2023 se cumplen 60 años de la publicación de Los recuerdos del porvenir (1963), de Elena Garro. En la novela —ganadora del Premio Xavier Villaurrutia— se concentran los intereses que tenía la escritora: la defensa de los campesinos, la reforma agraria, su pasión por el teatro en México a fines de la década de los años cincuenta, su mirada crítica tanto a la Revolución mexicana como de la Guerra Cristera, su desencanto del papel de la mujer en los convencionalismos sociales y su peculiar manera de concebir el tiempo.

Los recuerdos del porvenir. Elena Garro. Alfaguara. México, 2021.
Los recuerdos del porvenir. Elena Garro. Alfaguara. México, 2021.

Ixtepec es el pueblo, la voz que narra la historia de amores, quebrantos, injusticias e instantes afortunados. Es testigo de lo que ocurre cuando la realidad es atroz y se impone la ley del más fuerte, en medio de traiciones. ¿Qué es el porvenir?, responde el propio Ixtepec: “…la repetición del pasado. […] Para romper los días petrificados, sólo me quedaba el espejismo ineficaz de la violencia, y la crueldad se ejercía con furor sobre las mujeres, los perros callejeros y los indios. Como en las tragedias, vivíamos dentro de un tiempo quieto y los personajes sucumbían presos en ese instante detenido. Era en vano que hicieran gestos cada vez más sangrientos. Habíamos abolido al tiempo”.

Precisamente la manera de concebir el tiempo es uno de los aciertos de la historia. Una idea que encuentra resonancias en la obra de san Agustín de Hipona y, en una época más moderna, con el pensamiento de Heidegger. El tiempo es también un recurso para que no pase lo irremediable, o quizá para poder aceptar que hay situaciones sin salida. “…el tiempo se detuvo en seco. No sé si se detuvo o si se fue y sólo cayó el sueño: un sueño que no me había visitado nunca. También llegó el silencio total. No se oía siquiera el pulso de mis gentes. En verdad no sé lo que pasó. Quedé fuera del tiempo, suspendido en un lugar sin viento, sin murmullos, sin ruido de hojas ni suspiros”. El tiempo se interrumpe cuando Félix, empleado del servicio doméstico de la familia Moncada, cumple con la tarea de quitarle las manecillas al reloj de pared. Entonces el tiempo enmudece, acaso como una premonición de la tragedia que vivirán los Moncada.

En cierto modo, hay un ambiente fantasmal en el desarrollo de la historia. “Han pasado muchos años, de los Moncada ya no queda nadie, sólo quedo yo como testigo de su derrota, para escuchar todos los días, a las seis de la tarde, la llegada del tren de México”, cuenta Ixtepec, quien es la voz de todos —no se calla nada— y describe el entorno como una suerte de leyenda colectiva.

Desde la nostalgia se rememora el pasado inhóspito, en donde los acontecimientos ocurren sin decisión propia, como la vida de muchas mujeres. ¿Quién puede concebir así un futuro promisorio?, ¿un digno porvenir? “Mis equinas y mis cielos quedaron sin campanas, se abolieron las fiestas y las horas y retrocedí a un tiempo desconocido. […] Sólo éramos la piedra sobre la cual caen los golpes, repetidos como una imperturbable gota de agua”. La piedra es una metáfora del momento en que Isabel Moncada padece una depresión, pues ya no sufrirá más y tampoco podrá sentirse viva.

La fragilidad de los seres humanos queda retratada así como la manera en que sus personajes enfrentan el infortunio, algunas veces apelando a la creatividad, situación que les ocurre cuando organizan un baile para distraer a los militares. El teatro arriba a la novela en diversas escenas y en descripciones al inicio o final de los capítulos, en donde brotan elementos de la naturaleza como si fueran parte de una escenografía —siempre viva— que se niega a morir. Insectos, arañas, mariposas, pájaros, gatos, perros y animales de granja pertenecen a este montaje natural que reverdece y se nubla, según lo marcan los caprichos del general Francisco Rosas.

Podrían llenarse no pocas páginas sobre las virtudes de la novela, pero siempre queda la duda de algo, acaso, inexplicable: ¿por qué la obra de Elena Garro no cuenta con más lectores?, ¿por qué cada determinado tiempo es necesario insistir —y hasta enlistar— las aportaciones que hizo la escritora a la literatura mexicana?, ¿por qué no leerla con el mismo entusiasmo que suscita la obra de Juan Rulfo, ambos pioneros en consolidar la visión literaria del campo mexicano?, ¿por qué hay que insistir en las editoriales que la novela debe tratársele como a un clásico?

Inevitablemente aparece la presencia de Octavio Paz en varias facetas: es quien impulsa la publicación de la novela, el que reconoce que es una pieza fundamental de la literatura mexicana y el que estuvo cerca del proceso de creación. No obstante, ciertos críticos literarios —cercanos a Paz— identifican el valor de Elena Garro en una primera etapa que incluye Los recuerdos del porvenir y La semana de colores (1964), con una presunción implícita: nunca tuvo en su prosa la calidad literaria que se halla en ambos libros. ¿Eso lo dicen porque Paz ya no estuvo cerca en las posteriores publicaciones de sus títulos o porque en realidad su ímpetu al escribir narrativa ya no fue el mismo?

Las opiniones de la crítica se fragmentan en dos sectores, básicamente. Los académicos y los no académicos. A ese primer grupo pertenecen Patricia Rosas Lopátegui, Margo Glantz, Lucía Melgar, Gabriela Mora, Guillermo Sheridan, Margarita León, Álvaro Álvarez Delgado; y la segunda agrupación está conformada por Emmanuel Carballo, Christopher Domínguez Michael, Carlos Castañeda y Geney Beltrán, este último compilador de varias antologías de la obra garreana en el centenario de su nacimiento. Y en fechas más recientes, Jazmina Barrera tuvo la oportunidad de hurgar en el archivo personal de Elena Garro, localizado en la Universidad de Princeton, de donde extrajo algunos textos inéditos. Los relatos no se publicaron en su momento porque la propia autora así lo decidió, pues se nota que no los pulió como a otras de sus narraciones o, simplemente, dejaron de ser valiosos para ella. No obstante, con la intención de que el nombre de Elena Garro siga generando ingresos a sus herederos —entre quienes hay una disputa por los derechos—, hasta las notas de la tintorería las veremos incluidas en nuevas ediciones.

Patricia Rosas Lopátegui lleva más de tres décadas dedicada al estudio de la obra garreana. Es probable que su trabajo disguste cuando, en un tono crítico, habla de Paz visto como alguien que más que contribuir al desarrollo de la escritora, es una presencia que la incomoda con actitudes hostiles. Sin embargo, es la única investigadora literaria que ha recopilado —de manera precisa— notas críticas y entrevistas con Elena Garro. Si no fuera por la labor constante de la investigadora de la Universidad de Albuquerque, Nuevo México, las reflexiones de la escritora se habrían seguido empolvando en los archivos hemerográficos.

Por otra parte, Geney Beltrán ha emprendido una revaloración de la obra de Elena Garro desde una perspectiva crítica, alejada del grupo cercano a Paz, tomando en cuenta las cualidades literarias en la prosa garreana. Al referirse a Los recuerdos del porvenir y La semana de colores, apunta: “Sería injusto tildar estos libros, como hace el crítico Christopher Domínguez Michael, de ‘borradores arrojados inmisericordemente a la luz pública’. En su conjunto se trata de una ficción narrativa que, merced a la expresión veloz y económica, se muestra más tendiente a la eficacia en el desarrollo de sus movimientos dramáticos que al embeleso del poderío verbal. El énfasis habría cambiado: ya no la palabra como el libre brillo de la imaginación, sino como el insistido torrente de las fábulas del dolor y la memoria.”

Beltrán, por así decirlo, ejerce la crítica literaria con perspectiva de género, otorgándole el justo valor a las aportaciones de la novelista al perfilar personajes femeninos muy adelantados a su tiempo, como lo son Julia e Isabel Moncada. “Resulta curioso que a autores varones de obra monotemática —digamos, Juan García Ponce o Salvador Elizondo— los colegas y especialistas tienden sin reticencia a aplaudirles ‘la fidelidad a sus obsesiones’; pero si se trata de una escritora que persevera en asediar las difíciles relaciones mujer-hombre y las inercias sociales que legitiman la hegemonía masculina, entonces sí se viste el fenómeno de monotonía reprochable. En contra de esta parcialidad, creo que, aunque se haya visto privada de comodidades para depurar estilísticamente sus libros, Garro nunca perdió su consciente dominio de recursos técnicos y de estructuras narrativas que en esta etapa se manifiestan en la pluralidad de enfoques con que aborda sus historias”. Y otro asunto que destaca Beltrán es que a diferencia de Josefina Vicens, Inés Arredondo y Amparo Dávila, “Garro no aceptó las normas del silencio o la escasez que parecían propias de las escritoras mexicanas”. Es decir, corrió más riesgos y su obra se impregnó de ese vértigo irremediable que emana cuando alguien se cambia —varias veces— de un lugar de residencia a otro.

Los periodos de exilio, inestabilidad y persecución que vivió Elena Garro junto con su hija, Helena Paz, también se ven reflejados de forma inevitable en su literatura. Después del Movimiento Estudiantil de 1968 ya nada volvió a ser igual para Garro, quien fue acusada de revelar información al gobierno sobre quién o quiénes estaban involucrados, como líderes, en el 68 —una encrucijada de la que pocos habrían salido avante. La escritora regresó a México en 1993, año en que realizó una gira por varios estados del país, en donde se le dio la bienvenida y pudo ver escenificadas algunas de sus piezas teatrales. Porque otra aportación de Garro es a la escena mexicana, como bien apunta Juan García Ponce: vino a refrescar el teatro que se hacía en México, género impregnado de costumbrismo.

Es probable que, de forma paralela a la concepción de Los recuerdos del porvenir, emprendiera la escritura de obras teatrales como Los perros (1956), El rastro (1957), Un hogar sólido (1958), El rey mago (1958) y La señora en su balcón (1959), por mencionar algunas. Por eso vemos que varios de sus personajes no están de acuerdo con el estereotipo femenino, sino que son mujeres con tendencia al libre albedrío como también ocurre en los magistrales relatos de La semana de colores.

Desde su publicación esta novela demostró ser, como lo indicó Octavio Paz, “una de las creaciones más perfectas de la literatura hispanoamericana contemporánea”. Así debe seguírsele viendo, sin titubeos, porque la literatura mexicana era una antes de Garro y es otra después de ella. Y todavía no podemos dejar que caiga el telón.


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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • [email protected]
  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
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