La insistencia por una lectura en códigos que no parecen suficientes impide el consenso sobre lo que se asomaba. Para Washington, ni los aranceles se trataron sólo de drogas y capos o Ucrania de paz y minerales. La búsqueda de cercanía con Moscú, con Netanyahu o el desplante contra medio planeta coinciden en una mentalidad cuyo único motor es la inercia del bulldozer.
El avance de los fascismos y sus similares, siempre ha surgido de ofrecer un futuro de blancos y negros, para los que ninguna clave democrática, republicana o cercana al respeto y decencia componen el discurso.
Debemos remarcar lo anormal en la Casa Blanca, mientras asumimos el fracaso común de que lo normal es aquello cotidiano y durante un tiempo, los Estados Unidos que esta semana aplaudieron la denigración y la mentira serán lo habitual.
Mientras persista el reclamo por la vulneración a los principios fundamentales de la convivencia política, estos no desaparecen. Pero cuando al mundo le toman por asalto las reverberaciones del fascismo, el primer paso es dejar de matizar naturalezas, dejar de suponer que la lógica de negociaciones tradicionales tiene lugar. En los últimos días dejamos lo enfermizamente transaccional. El fenómeno va más allá de eso. Si aprendimos algo del siglo XX es que debe haber imaginación en la política, para conducirse donde la complejidad se ve en su escala de grises.
El Washington de hoy no es nuevo, sino el más poderoso entre el catálogo de apolíticos que un día tuvo a Berlusconi, Milosevic y fue mutando hasta que los Orbán devinieron en Trump y los suyos.
La falta de nociones de consecuencias en las políticas de Estados Unidos serán el problema a largo plazo que deberán revisar sus ciudadanos al descubrir los saldos tristes de la hubris. Inevitables, incluso para las mayores potencias de la historia.
Una Europa occidental distanciada en lo militar, político y cultural de su aliado tradicional terminará en el aislamiento de éste. Plazo medio.
Para países como México, el problema está en lo inmediato.
En condiciones distintas, estaríamos hablando o sabríamos de nuestro embajador en Washington. El hombre invisible es ejemplo del estado en que se encuentran nuestras herramientas.