Dejamos atrás la realidad, tendemos a llamarle distractores a elucubraciones de menor relevancia. Éstas cuentan con el poder enfermizo que lleva a codificar el mundo a través de ellas. Renombrar mares como una vez se rebautizó a las papas fritas, inflar orgullos nacionales con una aerolínea sin vuelos ni aeronaves, llamarle Patria a una vacuna, denostar el periodismo —no sólo a un diario— con el fervor de la ociosidad en un país inundado por los saldos de la indiferencia, hablar de comprar Groenlandia mientras llamas consumen parte de Los Ángeles.
La lógica es similar en cada caso.
En la precariedad política hay algo más grave que la utilización de tangentes para ignorar lo que sucede. Para Palacio o la siguiente Casa Blanca, con ánimo de limitarme a nuestras fronteras inmediatas, las construcciones vaporosas en su retórica son la realidad misma. No hay otra.
En América Latina, quizá durante un tiempo muy breve, se hizo leve conciencia de que el realismo mágico era una pesadilla si la vida diaria se ejercía bajo sus parámetros.
Cuando mañana tome protesta de nueva cuenta la dictadura venezolana, el gobierno mexicano seguirá en su soberanía de mapamundi sin posibilidades de asumir lo que sus pares con dignidad: el rechazo al fraude de Maduro, a las continuas violaciones a derechos humanos, a los arrestos, tácticas del terror y secuestros contra opositores.
Sobre Estados Unidos, en distintas conversaciones encuentro cada vez más una coincidencia. Durante el primer periodo de Trump, caímos en la ingenuidad de evocar a Orwell y su 1984. Era La conjura contra América, de Philip Roth, el libro que debimos releer. Apenas se necesitó la cercanía de Musk para que el conjunto de identitarismos durmientes se hicieran aceptables.
Sólo que ni Trump, Musk o el oficialismo mexicano son aberraciones a sus sociedades, sino las manifestaciones que un día el pudor hoy inexistente llegó a contener, mínimamente.
Al pensar en la cordura, Goethe veía al hombre como un ser real entre elementos reales. Su cerebro, un órgano capaz de reconocerlos y entenderlos en su plano. También veía en ese cerebro un espacio vacío, donde aquellos elementos pueden no reflejarse.
Entonces aparece la locura.