Las crisis de alta envergadura y a distancia, tienen utilidad para quienes se enfrentan a otras de menor escala, pero más cercanas y con capacidad de afectar sus intereses. Algo de las últimas dos semanas entre Irán e Israel, a partir de la intervención directa de Estados Unidos, le podría dejar a México algún aprendizaje. O duda.
Ninguna señal de que lo hará. El modo en Palacio sigue siendo el mismo de hace tiempo; solo así la presidenta encontraría apropiado hablar del derecho a elegir a sus gobernantes para referirse a Irán, donde una sola sucesión entre ayatolas desde 1979 ha aplastado toda disidencia. La presidenta pudo decir otras cosas sobre el intercambio de ataques, cualquiera menos esa.
En esa lejanía con el mundo, incluso el que se encuentra a metros, un poco de preocupación por encima de la habitual debería provocar el ánimo contradictorio de la Casa Blanca en estas semanas.
La resistencia inicial de Trump para involucrarse en la operación israelí contra el programa nuclear de Irán y su sistema de misiles cambió apenas los resultados comenzaron a ser mayores que los esperados por Washington. Capitalizar réditos era más necesario que la ofensiva misma. Trump actuó bajo su naturaleza oportunista que no pide ideología o intereses compartidos. Ni siquiera con Israel.
Decidió creerle a Netanyahu por encima de la información de sus servicios de inteligencia, quienes, a pesar de consignar el anormal enriquecimiento de uranio, por arriba del uso civil, no veían a Teherán con riesgo de construir bombas atómicas. No lo hizo por confiar en Netanyahu; de ninguna manera lo hace, sino para aprovechar la posibilidad del instante triunfalista que, luego del bombardeo sobre Fordow, Natantz e Isfahan, le permitió declarar un cese al fuego. Lo hizo, porque sabe que no enfrentará consecuencias.
La mejor política exterior es… se dice tradicionalmente en este lado de la frontera. Allá, hoy, también.
Ya puede, entonces, ocuparse de lo que sí le interesa: la migración. Ahora, en una posición más engrandecida, hacia él y sus votantes. Sus humores tienen repercusiones en otros lados, sí, pero en ningún otro son tan determinantes como en México. Nosotros lo debemos manejar cada día.