La transparencia es el objeto y víctima de la discusión nacional reciente. Los desplantes y exhibiciones en la vida de los individuos serán oprobiosos al romper con sus discursos. Fuera del escándalo de la frivolidad, es la transparencia la que llama la atención: su falta y nitidez simultáneas.
Importa menos el mal gusto y su volumen que la nula claridad de cómo un par de salarios públicos dan para ciertas vidas privadas. Es llamativa la necesidad de funcionarios por mostrarse a través de ornamentos, salvo que eso sea lo que ellos mismos son, aunque hay una claridad que compite con su opuesto, relevante para la vida de un país donde la opacidad es regla.
Se necesita un talento especial para disociar de la democracia dichas nociones de transparencia con las cuales es posible hablar de rendición de cuentas.
Es en la transparencia de las intenciones que se profundiza el análisis de las acciones políticas. Existe transparencia en los trasfondos de la banalidad, sobran preocupaciones al pensar qué intenciones hay en la creación una Comisión Presidencial para la Reforma Electoral.
Si entre los argumentos que le dan cauce a la comisión está la revisión del gasto en los partidos, tendría más sentido el reforzamiento de mecanismos de fiscalización en lugar de decretar un aparato de cercanos al poder que diagnosticarán —según los códigos del poder—, las vías para su cambio.
El problema de atender la fiscalización es que no solo atañe a partidos, sino también a cargos de elección popular que aquí se suman por año y a la vida privada de funcionarios. Entonces, lo mejor según nuestras tradiciones es crear una comisión como vía de escape.
No hay estímulos dentro las cercanías a Palacio para una modificación al esquema que permite flujos y plurinominales. No existen los satélites suicidas. Lo que queda atrás de las intenciones presidenciales es el cierre de las vías de mediación con los demás actores políticos. La creación de ese entorno es suficiente.
La transparencia en el reduccionismo de sólo entender la democracia como el reconocimiento de las mayorías, en palabras de la Presidenta, olvida el papel de las minorías en ésta. Pero para eso se necesita un gramo de intención democrática.