Especialistas sobre cultura y globalización están advirtiendo que las universidades se están debilitando por ceder sus funciones al ponerse al servicio de necesidades sociales ajenas, como las médicas, tecnológicas y políticas.
Señalan observadores como Arjun Appadurai que los factores que han contribuido a este fenómeno, es “la sumisión de los rectores universitarios y la influencia de las redes sociales, la “plataformización de la vida académica y la expansión de funciones hacia actividades no académicas, como terapias o justicia social”.
Afirman esos observadores que la función de la cual se están alejando las instituciones son las de tipo académico, tales como enseñar, investigar y formar pensamiento crítico, y que la excesiva influencia de los gobiernos han dejado de ser garantes de la autonomía académica, que se han convertido en plataformas para intereses externos, muchas veces económicos o partidistas… lo que “socava la credibilidad de la universidad y pone en riesgo su independencia“.
Se critica a la comunidad académica su silencio frente a la injusticia y la indiferencia hacia la verdad. “Frente a estos males, propone recuperar el compromiso con la misión universitaria y democratizar la toma de decisiones dentro de las instituciones” .
En fin, varias deducciones del pensamiento de expertos en sociedades globalizadas, acostadas por los violentos cambios tecnológicos ante los cuales se siente el temor a la obsolescencia.
Que no exista la preocupación porque el estudiante no sea un “cliente satisfecho”, sino ubicarlo en el camino del aprendizaje, capaz de pensar y con derecho a equivocarse, que aprenda a construir un futuro en medio de la incertidumbre.
Los investigadores como Mary Hamui Sutton urgen a los rectores a que traten de controlar el daño que causan las redes sociales dentro de la academia, “rescatando el respeto mutuo y el pensamiento crítico frente a la cultura de la cancelación y las batallas por superioridad moral”.
Ahora no vemos libros en las manos de los estudiantes… sino teléfonos móviles y la angustia por la que pasan al desligarse por minutos de ese tramposo acompañante. Más atentos a la pequeña pantalla que a la voz viva del maestro.
Finalmente, recomiendan “defender la producción autónoma de conocimiento como un bien público esencial para la democracia” .