Imagina que siendo niño te llevan a un parque de diversiones donde, solo por haber entrado, te “regalan” una cantidad de tickets, suficientes para subirte a un par de juegos y canjear el resto por un alimento y una bebida, para recargar batería y seguir disfrutando del lugar.
Esto equivale en el mundo real a nacer y recibir servicios médicos, alimentación, educación, vivienda y vestido. Conocido como estado de bienestar, su propósito es que todos recibamos lo indispensable para vivir, aunque lo pagan con sus impuestos los demás, por lo que, llegado el momento, tú también debes contribuir.
Volvamos a nuestro maravilloso mundo en el parque de diversiones. Resulta que al acabarse tus tickets, te quedan varias opciones: quedarte mirando, irte a tu casa, robar los tickets de tus amiguitos o decidirte a trabajar en el banco, la pastelería, la fábrica, la estación de bomberos, el periódico, la ambulancia, el hospital; meterte a la universidad, poner tu negocio, limpiar el parque, servir los platos, lavarlos... en fin, un montón de actividades para elegir.
Por supuesto, habrá quien se tome esto muy en serio y haga más cosas que cualquier otro, y que al mismo tiempo trabaje y estudie o tenga dos trabajos o ahorre tomando agua en vez de soda; que ayude a sus compañeros, quienes le darán algún ticket extra.
Y así, al final resultará que tiene más tickets que nadie y que incluso le alcanzan para comprar uno de los negocios del parque y luego abrir uno más grande y tener a más y más chicos ayudándole a cambio de unos buenos tickets.
Pero también habrá aquel que decida no esforzarse y apenas la librará para comer, mientras que, de reojo y con recelo, observará el éxito de su antiguo compañero al que ahora llamará con desprecio “fifí” y lo acusará de neoliberal, corrupto y sabrá Dios cuántas cosas más, solo para disimular su envidia y justificar su pereza y fracaso.
Hasta que se le ocurra la gran idea: reunir a más perezosos y a mano alzada y contagiados del resentimiento y la envidia de su nuevo líder, tomar el control del parque, quedándose con todos los tickets y decidir ahora, por sus pistolas, a quién se los da y a quién se los quita, de manera que sus amigos terminan siendo unos verdaderos “fans”, dispuestos a cualquier cosa por él, menos trabajar.
Por otro lado, los que sí lo hacen y contribuyen a que el parque funcione, ya no están tan dispuestos a seguir echándole las mismas ganas.
Y lo peor, los que mantenían el crecimiento del parque, sus comercios, escuelas, transporte y hospitales, al ver el fracaso y la desgracia de ese que pudo ser un paraíso, deciden mejor irse a casa y pedirle a papá y a mamá que la próxima vez, mejor los lleven a otro parque, donde puedan seguir ganando tickets a cambio de que ellos y sus compañeritos puedan seguir jugando, aprendiendo y divirtiéndose sanamente; no como en el parque donde con la llegada de los chicos de malsanos sentimientos, la yerba ha reventado el pavimento de lo que antes era un hermoso y alegre lugar y que ahora es apenas un basurero, lleno de ratas y niños acomplejados, sedientos y hambrientos; lo mismo de pan y agua que de odio y venganza.
Conoces algún lugar así.