De esas cosas que se quedan como impresión de la primera lectura, inamovibles en uno pese a lecturas posteriores que las matizan, repiensan o de plano desdicen. Por ejemplo, el viejo Néstor en la Ilíada, al recordar antiguas hazañas: pareciera que invadió largos tramos del libro echándoles a otros una interminable Aburridora. Y no: Néstor vuelve al pasado sólo tres veces y ocupa nada más 132 de los 15, 691 versos que tiene la Ilíada.
Por ejemplo, un pasaje en El banquete (o simposio) de Platón. No sé si Anne Carson ya lo recogió en libro; tengo impreso un poema suyo (London Review of Books, 19/11/20) con ese pasaje. Antes, ilustra Carson que un simposio era por lo habitual una fiesta para beber entre caballeros. Este simposio no es habitual. No se ha bebido durante horas. Los participantes acordaron desde el principio abstenerse del vino y entretenerse con discursos en elogio del amor. Han hablado algunos y suenan aplausos para Sócrates, que acaba de hablar. En eso tocan a la puerta. Irrumpe Alcibíades, ruido puro, muy borracho, cubierto de guirnaldas; proclama que todos deberían emborracharse a la par e insiste en contribuir al simposio con un discurso, no en elogio del amor sino de Sócrates. Carson tituló su poema “Oh What a Night”, un eco a la movida canción de Frankie Valli & The Four Seasons. Convirtió efectivamente el discurso de Alcibíades en un poema ceñido, con un inglés coloquial y un ritmo se diría más “conllevador” respecto a las palabras de un borracho.
En realidad ya quisiera cualquier borracho la elocuencia de Alcibíades. Pero la primera vez yo salí de El banquete cierto de que había estado ahí con un Alcibíades briago, necio de repetitividad; uno que hoy sonaría, digamos, a: “Inch’ Sócrates, ca’ó. ¿Sa’es qué, ca’ó? ‘Sque yo te quiero un chingo, ca’ó. Me cae, ca’ó. Inch’ Sócrates, ca’ó. Stás ca’ó, inch’ Sócrates, ue’. No ma’es, ca’ó. Ya sé, ‘stoy pedo, ca’ó. Pero pedoocomosea te lo digo, ca’ó. Te quiero un chingo, ca’ó. Inch’ Sócrates, ca’ó…”