Negocios

El año más complicado

El año que acaba ha sido uno de los más complicados que me ha tocado vivir como inversionista, más complicado incluso que 2008 o 2020. Dicha complicación no radica en las minusvalías que se vieron en todos los activos de inversión, o en el temor que pudimos haber experimentado ante la volatilidad rampante. No. Es una complicación más básica, más fundamental.

Si eres un inversionista de largo plazo, y tu tesis de inversión es la adecuada, las minusvalías tenderán a convertirse en plusvalías con el tiempo. Preocuparse por ellas la mayor parte del tiempo tiende a ser desgastante y a orillarte a tomar decisiones poco acertadas para evitar “seguir perdiendo”. Las minusvalías generalizadas en el mercado en lugar de verse como una amenaza deberían verse como una oportunidad para construir posiciones más atractivas. Entonces, no, las minusvalías no complican el ejercicio de la inversión (salvo que estés muy apalancado, en cuyo caso ya estamos hablando de otro escenario).

Por otro lado, la volatilidad tampoco debería afectar demasiado si eres un inversionista de largo plazo. La volatilidad también puede llegar a ser una buena aliada al momento de buscar oportunidades en el mercado. Para aprovecharla se requiere un estómago fuerte y una capacidad de autocontrol importante, pero una vez dominado esto la volatilidad puede jugar a nuestro favor. La volatilidad si bien es complicada de digerir, tampoco fue lo que hizo de este año uno de los más complicados que me han tocado vivir.

La complicación es mucho más sutil, pero a la vez mucho más profunda, y tiene que ver con la narrativa que ha vivido al menos una generación completa de inversionistas. Durante casi 15 años hemos gozado de una red de protección provista por los distintos bancos centrales, y la incondicionalidad de esta era prácticamente un hecho. Entre inyecciones de liquidez, tasas bajas y banqueros centrales respondiendo a las pataletas y berrinches de un mercado cada vez más adicto, los inversionistas vivimos los últimos 15 años en un mundo casi perfecto, muchas veces, sin siquiera darnos cuenta. Pero eso está terminando.

Hoy el bienestar del inversionista ya no es una prioridad y lo que está en juego es otra cosa y no, no es el combate a la inflación. La inflación es coyuntural. La inflación es solo una consecuencia de las decisiones fiscales tomadas durante la pandemia. La inflación es el pretexto. Lo que realmente está en juego es la credibilidad de los bancos centrales, es decir, su arma más poderosa y la idea de que los bancos centrales han sido demasiado permisivos, hoy, empieza a ser bastante abrumadora. Entonces, el banco central tiene que corregir el camino, tanto de política monetaria como de la opinión pública, aunque eso implique quitar la red de protección de la que gozamos los inversionistas durante los últimos años.

Sin embargo, cambiar los hábitos siempre es difícil. Por eso durante todo este año las expectativas se han dado de golpes con la realidad. Por eso se ha vuelto recurrente el uso de palabras como pivot para describir un cambio de rumbo de la Fed. Por eso Powell no ha podido suavizar su discurso. Si le das a un adicto una brizna de esperanza, la va a tomar y va a construir castillos de naipes sobre ella, aunque sean solo eso, castillos de naipes. Es por eso por lo que todo este año presenciamos, en primera fila, cómo las expectativas de todos los jugadores del mercado fueron aplastadas por la irrefrenable (y justificada) necesidad de los banqueros centrales de retomar el control del discurso público y de la política monetaria. ¡No más concesiones! ¡No más miramientos!, y para el inversionista solo hay manotazos en la mesa y órdenes de ir a su cuarto sin cenar. ¡No hay más! Los papás llegaron a una casa sin control con toda la determinación de volverla a poner en orden.

No entraré en el juego de emitir un juicio de valor sobre si lo que hicieron los bancos centrales y sobre si esta adicción a lo que estamos enganchados es correcta o no. Hay argumentos a favor y en contra, y no pretendo enumerarlos. Sin embargo, sí me gustaría hacer notar que los tiempos están cambiando, y ante los cambios solo hay dos opciones: evolucionar o morir. ¿Ahora me entiendes por qué fue un año complicado? Cambiar una mentalidad tan arraigada en tantas personas no es nada fácil y conlleva bastantes sacrificios y mucho dolor. Sin embargo, ha llegado el tiempo de levantarnos del letargo autoinducido en el que nos metimos, y hacer frente a los tiempos que se nos vienen encima.

Por Luis Gonzalí, CFA. VP/Co-Director de Inversiones en Franklin Templeton México


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  • CFA, Gestor del Fondo, VP y Co Director de Inversiones en Franklin Templeton México.
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