No tu verdad: la verdad.
y ven conmigo a buscarla.
La tuya [tu verdad], guárdatela.
Antonio Machado
Una joven que está por concluir su bachillerato me compartía una importante duda: aún no decidía qué carrera estudiar, y a inicios del próximo año debe tomar postura. Esta joven forma parte de la gran cantidad de estudiantes del nivel medio superior que tienen esa interrogante, sin dejar de lado que, seguramente, habrá quienes ya lo tienen decidido. En cualquiera de los dos casos, estamos hablando del futuro de muchas personas y de su contribución a la sociedad.
No se trata de una decisión menor. Representa construir una definición –a una edad en la que prevalecen más las dudas que certezas– que incidirá en un proyecto de vida. Se trata de una decisión individual pero que amerita un apoyo y acompañamiento decidido e incondicional, de varias personas: madres, padres –o el familiar respectivo– docentes, tutores e instituciones.
Mi punto de vista es que no existe la mejor o la peor profesión, lo que hay son carreras acordes al perfil de cada persona. Es común encontrar análisis o encuestas que muestran algunas evidencias a considerar. Por ejemplo, carreras mejor pagadas en el mercado laboral, o las que más se requieren para cierto sector industrial, etc. Desde luego, estudios serios de esta índole no deben desdeñarse, por el contrario, son un referente para tomar la decisión respectiva. No obstante, la vocación, el interés y la pasión por alguna disciplina científica, tecnológica, social, humanista o artística, pueden ir más allá de tales indicadores. Y para quien vaya a tomar la decisión, resultan convenientes los consejos u orientaciones –por eso se le llama orientación vocacional– más no las imposiciones.
Se debe impulsar la vocación, el entusiasmo para realizar los estudios superiores, más no tratar de suplantar las preferencias de los estudiantes o imponerles visiones propias de la realidad. A esa edad, les corresponderá asumir su decisión y enfrentar una realidad que estará por venir, con todos sus retos y desafíos. Es el momento de incentivar el ánimo y respaldar esa decisión, con todas las emociones, disyuntivas, riesgos e incertidumbres que vendrán, así es la vida en todas sus manifestaciones.
A la incertidumbre que el estudiante vive en ese momento, no resulta pertinente agregarle otras presiones que, aunque de buena fe, no ayudan. Lo digo porque suelen emitirse advertencias y auténticas amenazas. Es común escuchar expresiones como: “allá tú si no pasas el examen de admisión”, “si estudias eso te vas a morir de hambre”, “me entregas un título de algo serio y luego si quieres estudias eso que no sirve para nada”.
También suelen ser comunes las autorreferencias y los autoelogios con expresiones como: “Veme, todo lo que me ha costado llegar hasta donde estoy”, “aprende de mí…”. En consejos de esta índole se le da más importancia al yo y no al tú; se les concita a que sigan nuestro ejemplo. Pero no creo que sea la mejor estrategia, capaz y nos hacen caso, pobres. Por el contrario, es mejor que les compartamos la experiencia vivida en el camino recorrido, destacando los yerros y fracasos.
Un acompañamiento de mayor solvencia conlleva motivar al estudiante a que estudie lo que le hace sentido, lo que le brinde la oportunidad para desarrollar sus habilidades, destrezas y talentos; aquello que le concite a sacar la mejor versión de su persona. Luego, en la realización de sus estudios, seguramente, vendrán éxitos y derrotas, habrá altibajos. Lo mismo sucederá cuando egrese, y con mayor intensidad. Pero todo ello forma parte no sólo de un desarrollo profesional, sino de cualquier actividad y, más aún: forma parte de la vida misma. Es el momento propicio para animar al estudiante y que esté preparado para asumir los éxitos y las derrotas; los riesgos, los logros y las frustraciones, bajo el entendido de que la vida no es lineal –sería muy aburrido si así lo fuera– sino ondular, hay de todo y etapas diversas.
Incluso, aunque decidir qué se quiere estudiar es un acto de la mayor envergadura, tampoco se le va la vida en ello. En el trayecto se vale redireccionar. No es lo más conveniente, desde luego, pero en ocasiones es mejor regresarse y empezar otro camino, que continuar un trayecto que simplemente no es el que queremos.
Por otro lado, en el ejercicio profesional –y lo deseable es que en el desarrollo del propio programa educativo– se van desarrollando habilidades adicionales a las de la carrera respectiva, se van adquiriendo visiones y destrezas multidisciplinares que le otorgan mayor proyección a la profesión elegida. Por ejemplo, las actividades científicas pueden ir acompañadas de conocimientos y experiencias empresariales; una persona que estudia derecho puede desarrollar también actividades artísticas, etc. Los alcances son interminables, así como la capacidad de cada estudiante para innovar, emprender, en cualquier área del conocimiento.
Por otro lado, hay que tomar en cuenta que el conocimiento aprendido en cinco años –por señalar el periodo promedio que dura una carrera– se transformará muy pronto. Pero queda la formación integral y la actitud para aprender durante toda la vida.
Existen una gran diversidad de carreras, pero cada estudiante es diferente, cada persona es capaz de otorgarle un plus adicional a su formación. Quienes llevamos un camino recorrido tenemos la enorme responsabilidad de acompañar, respaldar y de creer en la juventud.