En su interminable búsqueda de esa impalpable y escurridiza idea que llamamos felicidad, el pensamiento humano ha recorrido numerosos caminos tratando de encontrar una fórmula que pueda dar sentido a su existencia.
Ya en el “Siglo de Alejandro” (300 a. de C.), algunos discípulos de Sócrates consideraban al placer como el eje central de la vida, de donde surgieron las escuelas o corrientes clásicas del hedonismo, palabra que deriva del vocablo griego “hedoné” que significa placer, que a su vez, con el paso del tiempo y la inevitable deformación semántica, dio lugar al término “hedonista”, para simplistamente señalar a quien coloca el placer como el centro de su razón de existir.
Aunque poco tiene que ver con los postulados de las escuelas filosóficas hedonistas cirenaicas o epicureistas, la palabra migró al ámbito de lo psiquiátrico y de ahí fácilmente al sociológico, en donde pronto se utilizó para definir como hedonista a la sociedad de nuestros tiempos, orientada a disfrutar al máximo de los placeres y a evitar el dolor por todos los medios posibles, así como incapaz de postergar la gratificación inmediata en pro de recibir un bien mayor pero a más largo plazo, actitud que no resulta de extrañar, si consideramos que nuestro modelo cultural promueve y sostiene, que la felicidad radica en la posesión física y material de bienes y relaciones humanas que nos proporcionan placer.
Así andaban las cosas en el mundo, nuestras posibilidades de poseer y disfrutar parecían ilimitadas, la ciencia y la tecnología puestas al servicio del placer y del confort, nos brindaban toda clase de satisfacciones y comodidades.
La longevidad humana se estiraba como se estiraba nuestro apetito por gozar y disfrutar más y más “las cosas buenas de la vida”, hasta que de golpe y sin aviso, apareció un pernicioso virus cuya presencia puso al placer humano en estado de coma.
Nada duele tanto como perder lo que se creía seguro y en ese trance andamos, tratando de adaptarnos a una “nueva normalidad” que si bien no tiene nada de normal, es la única “tablita de salvación” que por ahora tenemos.