Al unísono, desde la calle se escucha el ensordecedor sonido de graves y potentes bocinas de vehículos de algunas líneas de transporte a las que hoy les tocó peregrinar.
Por si el ruido no fuera suficiente, algunos conductores oprimen el acelerador para hacer rugir los escapes de los motores y diferentes tambores retumban marcando el ritmo de los danzantes, quienes a su vez se esfuerzan por hacer sonar sus cascabeles, carrizos, guajes y chahayotes.
Un poco más allá, como en un horizonte cercano de resonancias, se oyen las notas de una banda de música que sorprendentemente y tal vez en forma totalmente impropia, entona la pieza norteña de “Las hijas del pávido návido”, acompañándose ahora del estridente y agudo sonido emitido por el claxon de numerosos automotores seguramente de un menor tamaño que los anteriores.
La procesión transcurre y cuando parece terminar, surgen nuevos sonidos que se unen a este torrente cacofónico, que con su estruendo parece querer ahogar las melodiosas notas de un solitario violín qué, a la bella y antigua usanza, entre penachos y tambores acompaña a la Danza de la Pluma, o quizás La danza de los Concheros, que en vano trata de hacerse oír como si quisiera rescatar entre la discordante batahola de destemplanzas, la ancestral tradición indígena de la danza y el culto ritual, como una ofrenda a La Virgen y a Dios.
Ahora hay una nueva forma de peregrinar, una nueva manera de expresar el fervor guadalupano, un nuevo “sincretismo” que mezcla la imagen de La Virgen con la de un rozagante Santa Claus, que a veces camina al paso del marcial redoble de una banda de Guerra, del todo incongruente para un personaje que nos habla de amor y de paz.
Tonantzin (nuestra madrecita) era para los mexicas la madre de todo lo que existe y llamaban Tonanzintla al lugar en donde se le veneraba. Con la conquista llegó la evangelización y con ella nació el sincretismo guadalupano.
Quizá la Virgen de Guadalupe y Tonantzin sean la misma versión de una misma deidad, pero no creo que a ninguna de las dos le guste la ruidosa manera en que hoy se le venera.