Relata una antigua leyenda, que en el llamado “Cuerno de Africa”, allá por el año 800 d.C. en tierras de Etiopía, un pastor llamado Kaldi, pastoreaba su pequeño rebaño de cabras cuando algo en el comportamiento de ellas llamó su atención, pues a medida que masticaban unas aromáticas bolitas rojas que arrancaban de un pequeño arbusto, aumentaba su excitación y su energía, lo que las hacia corretear, saltar y balar de forma inusual.
Kaldi recogió algunas de aquellas bayas y al no hallarles mejor uso, las obsequió a los monjes de un monasterio cercano, quienes tras intentar obtener inútilmente algún cocimiento, se deshicieron de ellas arrojándolas al fuego.
Pronto aquellas bayas tostadas expidieron un agradable aroma que sedujo el olfato de los frailes, quienes tradicionalmente duchos en la confección de bebidas, ni tarados ni perezosos, licuaron la primera taza de una infusión que en todas sus variantes, hoy se encuentra en incontables mesas del mundo: el café.
Más allá de la leyenda, lo cierto es que la cafeína aumenta la adrenalina e incrementa el rendimiento y la concentración, lo cual nos permite rendir “más allá de lo usual” y nos genera estados de conciencia que nos hacen percibir la realidad con mayor claridad, sobre todo después de las largas horas en que la mente deambula en los insondables laberintos del sueño nocturno.
Ahí, en donde la lógica naufraga y la razón se hunde en los abismos de nuestros más profundos lagos oníricos.
Si, la cafeína es una droga y como tal, tiene la propiedad de alterar la forma como nos sentimos y por ende, la manera como momentáneamente percibimos la realidad, lo mismo aunque en menor escala, a lo que sucede con drogas “mayores” como el opio o la morfina, o bien con las permitidas como el alcohol o el tabaco, e incluso con sustancias como el chocolate, que con su carga de feniletilamina activa las regiones cerebrales del placer.
Vivir la realidad “real” no es cosa fácil, a veces ayuda comerse un chocolate, beber un par de “cheves” y mentarle la madre al árbitro o beberse un buen café como las cabras locas de Kaldi.