
La Parroquia de San Juan Bautista. (Juan Pablo Becerra Acosta)
El centro de Coyoacán siempre está lleno en domingo. A las 11 de la mañana la Parroquia de San Juan Bautista suele abarrotarse de católicos, y más si se trata del Domingo de Pascua. Hoy no es así: el templo está cercado por listones que prohiben el paso, como si se tratara de la escena de un crimen. Unos cuantos policías disuaden a los pocos feligreses que pretenden acercarse al atrio, a las puertas del convento barroco del siglo XVI. La zona está desierta, la habitual romería dominical, de golosinas y antojitos, como esquites y elotes con chile, ha desaparecido.
La misa se celebra vía streaming, pero a los feligreses parece no gustarles mucho la opción de ver el cirio pascual ardiente a distancia, y menos escuchar al sacerdote en un teléfono, tableta o computadora: en el momento culminante de la ceremonia solo hay 60 personas conectadas al Facebook Live. El cura canta a solas aleluya aleluya el señor hijo de Dios resucitó. Pide a sus fieles no tener miedo y ver sus casas como el sepulcro vacío donde cada creyente es un discípulo escondido. Cuando se levante la pandemia, dice, saldremos del sepulcro como Pedro y Juan, insta.
Después da la orden de saludarse de mano para simbolizar un acto de paz… pero voltea y no hay nadie a quien darle la mano junto al púlpito. La sana distancia. Llega la hora de la eucaristía, el momento en que cientos de creyentes reciben el cuerpo de Cristo resucitado en forma de hostia… pero no hay nadie para comerlas. El padre mira a la cámara y le dice a su rebaño que por esta ocasión les dará una eucaristía espiritual para que se cuiden y queden en casa. Sin guantes, reparte solamente siete hostias a sus acólitos. Fray Jorge pide a Dios que levante la mano y que detenga la pandemia. Luego le suplica a la Virgen de Guadalupe que salve a la patria, da la bendición, y la misa ha terminado.
Se abstiene de pronunciar: “Podéis ir en paz”, como solía decir al terminar cada misa, invitando a la gente a abandonar la iglesia.
Afuera, el Jardín Centenario está desolado y también ha sido cercado para evitar que algunos paseantes anden por ahí. No hay librerías ni restaurantes abiertos, solo el café del Barrio Viejo ofrece servicio para llevar. El agua que cae en la Fuente de los Coyotes es el único sonido que se escucha. Hay un silencio viral. Las campanas no repican.
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Son las 13:00 horas en la Parroquia de la Santa Cruz, en Jardines del Pedregal, alcaldía Álvaro Obregón. Silencio. No hay nadie. La misa se transmite en streaming desde un pequeño cuarto. En domingo este lugar suele estar repleto de cientos de personas que acuden a misa antes de ir a tomar el aperitivo y comer. Zona de encuentro social entre vecinos de todas las edades, hoy no hay nadie. Ni un alma. Ni un solo coche, ni una sola camioneta de lujo estacionada en las aceras y camellones, como habitualmente ocurre. El coronavirus ha desamparado a los viene-viene que acomodan vehículos: no hay propinas, no hay lavadas de coche.
—Estamos desesperados… —comenta José, uno de los cuidadores.
Lo mismo padece una anciana, Berta, de 67 años, que cada semana viene hasta acá desde Santo Domingo Coyoacán para estirar la mano en busca de un poco de generosidad entre los ricos que pueblan esta zona:
—Un buen domingo junto 200 pesos de limosnas… —cuenta mientras acomoda su bastón y se frota los ojos enrojecidos—. Hoy, nada, señor, tengo 3 pesos en la bolsa para regresarme… —esculca en la bolsa de su humilde suéter.
A su lado está sentada Reina, de 46 años. Es una de las dos vendedoras que cada domingo se sientan en el piso del atrio para ofertar obleas, hostias, amarantos y dulces. En temporada, venden cirios pascuales:
—Un buen domingo vendo como 50 paquetitos de obleas y 30 de hostias. Unos mil pesos. Hoy, nada, ni para llevar. Un buen año vendo como 100 cirios. Ahorita, si llevo 10 son muchos en toda la temporada, y ya se acabó la Semana Santa. Tengo cuatro hijas allá en Pedregal de San Nicolás. ¿Qué voy a hacer? —se pregunta angustiada, más que preguntarme. Qué va a hacer: rezar.
A ella y a la anciana les comparto 200 pesos a cada una. Me bendicen a lo lejos, las bendigo igual...