El viernes buscaba información sobre lo que ha causado el covid-19 en Italia y me topé con imágenes en vivo que parecían cinematográficas: el papa caminaba a lo largo de una desierta Plaza de San Pedro. Al anochecer, sentado bajo una carpa en el atrio de la Basílica, impartía la bendición Urbi et Orbi. Con semblante sombrío, hablaba ante nadie. Se dirigía a fieles invisibles y a unas cuantas palomas. De pronto lloviznaba, en algún momento arreció la lluvia. Las voces del Coro de la Capilla Sixtina provocaban un eco reverberante que acentuaba la soledad del lugar. Las llamas de varias antorchas daban un aspecto lúgubre a la escena.
En un despacho de AFP se señalaba que, “por primera en la historia milenaria de la Iglesia católica”, un papa, en plena cuaresma, rezaba y concedía indulgencia ante la inmensa plaza sin gente. Fue muy impresionante. El rito me estremeció por lo que representaba la imagen: la fragilidad de los humanos ante un virus que en unos cuantos días proscribió nuestros más libertarios, bellos y placenteros hábitos —esos que nos diferencian de los chimpancés—, y provocó que nos aislemos no solo para protegernos, sino para reflexionar sobre lo que somos y lo que hemos hecho con este planeta.
Más tarde Francisco dio unos pasos y se dirigió hacia un enorme y moreno crucifijo, que no es cualquier crucifijo: es el de la Iglesia de San Marcello al Corso, el cual, milagrosamente, quedó casi intacto después del incendio que en 1519 destruyó su templo. Es muy venerado: del siglo XIV, hecho en madera recubierta con polvo de oro, se le atribuye la curación de los habitantes de Roma durante la gran peste de 1522. Francisco, en gesto conmovedor, le rogó por la sanación del mundo. Luego le besó el pie derecho.
Durante el largo rito de esa tarde-noche, el papa repitió frases como: “Nuestra fe es débil. Tenemos miedo, Señor”. “No nos abandones a merced de la tempestad”. Otra voz masculina, fuera de cámara, recitó: “De enfermedades y epidemias, sálvanos Señor”. “A enfermos, moribundos y médicos, consuélalos Señor”.
Si hoy quieres encomendarte a Dios y al crucifijo, hazlo, como tal vez lo hagan millones de mexicanos agraciados por la fe, pero en este caso te diría que creas más en la ciencia: haz caso a los médicos del gobierno federal durante el próximo mes, y por lo pronto, ante la inminente aplicación de la etapa 3, ya no salgas de tu hogar desde hoy (debiste resguardarte desde la semana pasada), si no es imprescindible, porque el coronavirus ya toca a nuestra puerta, y las súplicas celestiales de Francisco no sobran, pero dudo que sirvan para reducir la velocidad de los contagios en el país, tampoco para que te vuelvas inmune, y mucho menos para salvar tu vida y la de los tuyos.
En un mes, Italia pasó de uno a más de 47 mil contagiados y más de 4 mil muertos. México, pasó de uno a 848 infectados y 16 muertos. Me parece que aquí se han tomado las medidas restrictivas a tiempo (www.notivox.com.mx/opinion/juan-pablo-becerra-acosta/doble-fondo/coronavirus-buen-gobierno-y-ruindad), pero tu aislamiento puede ayudar ahora para que no colapsen los servicios de salud, como sucedió en economías tan fuertes como la italiana, española, francesa y estadunidense.
Entiende, es urgente, ya: #QuédateEnCasa...
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