Inmensa es la frustración de la élite opositora por el aplastante triunfo de la morenista Claudia Sheinbaum el pasado domingo en la elección presidencial.
Así lo evidencian por sus expresiones públicas, los (pésimos) dirigentes del PRI, del PAN y del PRD. No aceptan la realidad porque siguen creyendo que solo la suya es la verdadera, válida y correcta, y que su palabra es la de toda la población.
Lo que hacen, junto con algunos intelectuales vinculados a esa élite, más animadores (insufribles) de programas de televisión y radio, y (despistados -as-) articulistas es absurdo.
La necia realidad que no aceptan, los envuelve en su propio laberinto de mentiras.
Les enferma de rabia que 35 millones de electores hayan optado por dar continuidad a sus conveniencias y creencias, y entonces ahora -en un lastimero pobrediablismo- argumenten cualquier cosa y griten desde su mitomanía.
El pueblo les dijo no, y sin embargo quieren que ese mismo pueblo les diga que sí.
El pueblo los rechazó, y les duele que esa mayoría social a la que ven de reojo los haya vapuleado inmisericorde.
Pensaron que el final del sexenio de López Obrador, a quien le han endilgado juicios durísimos a lo largo de su gobierno, esa gente de la bola y del montón los apoyaría para llevar a la Presidencia de la República a una candidata que nunca tuvo el voltaje que inflaron.
Nunca se dieron cuenta que fue AMLO quien “destapó” a la señora X en una jugada de ajedrez.
López Obrador calculó que la hidalguense sí podría ganar la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, y les hizo creer que ella, Xóchitl Gálvez, sería una mejor aspirante presidencial. Colofón: evitó que fuera aspirante en la CdMx sabedor que no daría el ancho rumbo a Palacio Nacional.
La golpiza, tranquiza, goliza, nocaut y hasta inusitada derrota que les infligió el tabasqueño ha sido histórica. AMLO, al que no se cansaron de llenar de adjetivos, de mentarle la madre, de burlarse, de condenarlo, de sentenciarlo y descalificarlo, además de desearle lo peor de lo peor, continuó con su estilo, con su convencimiento de las cosas y, aún más, comunicándose con los menospreciados, los ninguneados, los de abajo que sirven a los de arriba.
En esta cruzada esa élite echó mano de periodistas, “líderes” de opinión, mercenarios de la pluma y los micrófonos que tenían la consignan de lanzar todo el veneno posible para que el electorado abandonara a Morena y le dieran la espalda a AMLO.
Y nada. No pasó nada. O sí, el electorado mexicano, por las circunstancias que hoy prevalezcan, de forma multitudinaria le dio la razón al lopezobradorismo el domingo 2 de junio.
La oposición, bajo las siglas del peor PRI y del peor PAN de la historia, y del casi moribundo PRD, jamás supo encontrar cómo convencer a quienes nunca han escuchado ni atendido y solo han utilizado para su provecho.
Ahora exigen que las autoridades electorales reviertan la voluntad popular, que el INE haga lo que nunca hizo antes.
La realidad es que esa oposición fue incompetente. Se enredó en su clasismo.
Los perdió su arrogancia, su soberbia, la exquisitez de su mundo, su falta de humildad y de sencillez, de simplicidad ante el sentido común de la política social del gobierno.
Ganó Claudia Sheinbaum Pardo, pero el triunfo es de Andrés Manuel López Obrador.
El Peje no resultó un animal, sino una bestia política que se los engulló enteritos.
Sugiero a esa élite política y económica que lean a Gramsci:
“Instrúyanse, porque tendremos necesidad de toda su inteligencia. Agítense, porque tendremos necesidad de todo su entusiasmo.
Organícense, porque tendremos necesidad de toda su fuerza”.
Y que sus “líderes” innombrables, se vayan de sus partidos.