Ante señalamientos y críticas desfavorables, la clase política (una calamidad nacional), o sea la burocracia que nos gobierna, dígase municipal, estatal y federal, está de un simplismo que raya en el insulto, que una y otra vez niega, rechaza, deplora, evade, ironiza y descalifica lo que inconforma y disguste a la opinión pública.
En lenguaje coloquial: le vale madre.
A diario, esa clase política, o más bien élite política (concepto del politólogo italiano Gaetano Mosca), esquiva y burlona, anula las quejas de la población, de empleados y personal que labora en dependencias oficiales, de la prensa crítica y de quienes se quejen de situaciones anómalas y atropellos perpetrados desde las áreas del servicio público.
Ellas y ellos, quienes dicen “no”, que con sus “no” niegan la voz de la gente, de las y los periodistas, atentan e inhiben la supuesta democracia que pregonan, pero que minimizan esgrimiendo que “son periodicazos”, “campañas negras”, “no tienen pruebas”, “no hay evidencias”, “es información falsa”, dejando entrever en tono amenazante no solo su falta de escrúpulos, de ética política y de humidad, sino una soberbia ensimismada en la vulneración de los derechos humanos.
En lugar de diálogo, advertencias. En lugar de aceptación, rechazo. En lugar de oficio, dureza. En lugar de inteligencia, rudeza. En lugar de todo, nada.
Cada vez hartan más. Cada vez se adueñan de menos credibilidad. Cada vez son más cínicos.
Cada vez su oratoria no despierta sino adormece. No conmueve sino irrita.
No atrae sino repele. La palabra de esa élite política, en este tiempo que transcurrimos, se aleja y se esconde detrás de la realidad y se reduce a demagogia, a perturbar el orden y la armonía social que todos queremos y que no alcanzamos.
Esa élite política, de piel y sangre roja, azul, verde, amarilla, morena y naranja no tiene empacho en mentir.
Recurre a la mentira como estrategia para capitalizar la inconsciencia, la ignorancia, la pobreza, la sinrazón.
Por eso en tiempos electorales para sus actores y protagonistas es una fiesta en la que dicen “sí” en medio del bullicio de sus intervenciones públicas, en sus apariciones mediáticas, en lo que les graban reporteros y comentaristas a modo. Para luego decir no.
Y temas que pudieron ser de interés, puntos de quiebre en determinados momentos de la cosa pública, se convierten en nada, en asuntos pueriles, en operaciones, negociaciones y transacciones políticas que capitalizan en su favor y de sus partidos políticos.
¿Por qué no se profundiza en el tema del moreirato en Coahuila? ¿Por qué los habitantes de Coahuila pagamos una deuda pública corrupta?
¿Por qué no hubo consecuencias por la mortal obra del DVR en tiempos de Enrique Martínez y Martínez y Guillermo Anaya?
¿Por qué se rumora y ya se cree que edificios públicos en Torreón no son del municipio sino de empresarios de fuera? ¿Por qué tanta saña de esa clase y élite política contra la población?
¿Hasta cuándo?