Tras el arresto de Gary Ridgway, el hombre al que conocidos y familiares consideraban una especie de pastor, resultó ser un predador sexual que asesinó entre 1982 y 2000 al menos a 49 mujeres, la mayoría prostitutas.
De octubre de 1977 a febrero de 1978, Kenneth Bianchi y Angelo Buono Jr. secuestraron a mujeres de entre 12 y 28 años, muchas de ellas prostitutas, a las que violaron y torturaron antes de asesinarlas y tirarlas en las colinas que rodean al Gran Los Ángeles o Southland.
Richard Cottingham acabó con la vida de 11 prostitutas en New York y New Jersey. De 1967 a 1980, en escenarios diversos, entre ellos hoteles, el individuo abandonaba los cuerpos de sus víctimas una vez que las había decapitado.
Los hombres mencionados arriba se especializaron, sobre todo, en prostitutas, el grupo favorito de los asesinos pluralistas, ya que las trabajadoras sexuales son un sector prácticamente invisible para autoridades, medios y público.
De acuerdo con el artículo “Why are Sex Workers Often a Serial Killer’s Victim of Choice?” de Adam Janos, publicado en A&E TV en febrero 13, 2020, un estudio realizado en 2009 señala que “la víctima de asesinato en serie de trabajadoras sexuales no es solo un estereotipo, es una realidad demográfica dominante”. La investigación indica que “22 por ciento de las víctimas confirmadas de asesinatos en serie en Estados Unidos, entre 1970 y 2009, eran prostitutas conocidas. (…) Teniendo en cuenta que las prostitutas constituyen un poco más del 0.3 por ciento de la nación en su conjunto, esas cifras son asombrosas”.
Una prostituta ejerce su trabajo a la deriva de la sociedad, lo que la convierte en un sujeto propicio para una doble victimización: de su verdugo e incluso de las autoridades.
Una declaración de Peter Sutcliffe, El Destripador de Yorkshire, ayuda a entender la soledad social de las prostitutas:
“Las mujeres que maté eran prostitutas bastardas arrojadas a las calles como basura. Solo estaba limpiando un poco el lugar”.
La respuesta de la autoridad, en este caso Sir Michael Havers, tampoco deja lugar a dudas:
“Algunas eran prostitutas, pero quizás lo más triste del caso es que algunas no lo eran”, señaló con alivio el funcionario.
José Luis Durán King