Si a los fundadores les dolía la demasiada agua, a nosotros la sequía por la voracidad empresarial y connivencia de nuestros políticos
Era tanto el descuido en que se vivía antiguamente en este reino, que ni había casa sin cimiento, ni dejaban de fabricar cerca del agua. Fue la misericordia del Señor tan grande, que cuando menos daño pudo recibir la gente envió tanta agua, el mes de septiembre del año treinta y seis, que parece se abrieron las cataratas del cielo y rompieron las fuentes del abismo de las sierras, según bocas (que) por ellas reventaron…”, narra el Capitán Alonso de León una de la inundaciones del Monterrey colonizado. Las primeras inundaciones se registran en nuestra ciudad alrededor de los años de 1611 y/o 1612.
La naturaleza nunca ha sido la enemiga de los reineros y regiomontanos; las pésimas políticas públicas de industrialización y desarrollo urbano, sí lo son, a pesar de 1909, el huracán Gilberto o el Álex. La sequía en Nuevo León no es natural, al contrario, es saqueo. Si a nuestros fundadores les dolía la demasiada agua, a nosotros la demasiada sequía por la voracidad empresarial y connivencia de nuestros políticos.
Por la contaminación, en frases hueras y antiguas se diría que la semana pasada fue una semana para olvidar. Yo afirmo lo contrario, la semana pasada, y tal vez ésta, fue una semana para recordar cómo se devoran nuestros cerros y montañas, cómo contamina Pemex-Cadereyta, Cemex, Ternium y muchas otras empresas que le apuestan a la utilidad, es decir, a la muerte y a las enfermedades, y nunca le apuestan a la vida. Monterrey es una ciudad imposible: respirar es expirar, lentamente, pero expirar.
Nueve alertas ambientales no sacuden la conciencia de empresarios y políticos, la nata contaminante se cierne sobre el área metropolitana de Monterrey y por respiración e invisibilidad de montañas y monumentos, todos lo sabemos. La negligencia ambiental de autoridades y empresarios empieza a convertirse en una negligencia criminal.
En De la estupidez a la locura. Crónicas para el futuro que nos espera, Umberto Eco imagina: “Mientras estoy buscando información y hallando la confirmación en distintos autores acreditados sobre el calentamiento del planeta y la desaparición de las estaciones intermedias, me pregunto cómo reaccionará un día mi nieto, que no ha cumplido todavía dos años y medio, cuando oiga pronunciar la palabra primavera o lea en la escuela poesías que hablen de las primeras languideces otoñales. Y cuando sea mayor, ¿cómo reaccionará al escuchar las Estaciones de Vivaldi? Tal vez vivirá en otro mundo al que estará perfectamente adaptado y no sufrirá por la falta de primavera, ni por ver madurar las bayas por error en inviernos calurosísimos. En realidad, cuando yo era pequeño no tenía ninguna experiencia de dinosaurios y, sin embargo, conseguí imaginármelos. Tal vez la primavera es una nostalgia de anciano, como las noches pasadas en los refugios antiaéreos jugando al escondite”.
Prevaricación y sicariato, lo verde es verde hasta que el gris quiere: precarizar la naturaleza. El cambio climático avanza por la inmovilidad –el no-cambio– política. Hermanados en la transa, los empresarios compran a los políticos para que el saqueo del agua, y del aire, siga cavando contra nuestra salud. Por extravagantemente criminal, nuestra contaminación es pluscuamperfecta.
El capitán Alonso de León nos describió a la naturaleza desbordada sobre el regio monte; Umberto Eco un recuerdo del porvenir o, lo que es lo mismo, nuestro nostálgico futuro. Como las campanadas de un domingo cualquiera, las alertas ambientales nos convocan a una liturgia distinta, a la misa negra de nuestra destrucción.
José Jaime Ruiz
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