Política

LA CULEBRA en La Tierra de Colores

  • Trampantojo
  • LA CULEBRA en La Tierra de Colores
  • Jorge Fernández Acosta

En la Tierra de Colores existe un hermoso espécimen de pino douglaciana que es parte esencial e inmarcesible de mi proceso vital. Era 1975, yo tenía 10 años y mi padre acostumbraba llevarnos de paseo a la playa de Melaque o, a veces, al bosque y pueblo siempre mágico de Tapalpa. Aquel día, al paseo acudieron varias familias de amigos y entre ellos iba Heriberto Rodríguez -quien a la sazón era mi padrino- y sus hijos que eran y son aún mis amigos. Llegamos a la plaza del pueblo, almorzamos y después cada familia decidió qué hacer el resto del día. Mis papás y otros optaron por ir a Las Piedrotas, otros se quedaron en el pueblo y mi padrino eligió ir a la presa del Nogal. Para esto llevaba todo el kit de camping en su Combi viajera con todo y toldo, que asimismo incluía una lancha inflable con remos. A mi me pareció muy atractivo y prometedor hacer la ronda con mi padrino y su familia. Nada más llegué a la presa me apresuré y me puse a inflar la lancha. Zarpé en solitario y tomé la ruta acuática al centro de la presa mientras remaba con ímpetu. Al llegar al centro del universo en ese instante, observé el maravilloso paisaje en derredor y me dediqué a soñar. Estuve así por un tiempo indefinido. Tres, quizá cinco o seis horas, reposando y gozando en el apacible sinusismo mareador de la presa. 

Pardeaba la tarde y desperté. A la distancia vi cómo mis anfitriones de paseo recogían el asador y los enseres, los subían a la combi sideral y, de pronto, voilá… partieron sin mi. Se fueron de regreso al pueblo. Quedé atónito y flotaba. Por más que grité e hice señas, mis esfuerzos fueron infructuosos. Me quedé solo con mi alma, mi aliento y mi espíritu… y la lancha. Remé hacia la orilla y desinflé la lancha, la doblé y la cargué en Ios hombros. Comencé a caminar y me dirigí al pueblo. 

Pensé en que alguien se daría cuenta de qué no estaba y allí me esperarían. Caminé al crepúsculo y tras unas dos horas llegué a la plaza. A nadie vi. Estaba serena y tranquila, como son las plazas de los pueblos mágicos en los atardeceres de ilusión y sortilegio. No lloré, no me asusté, no grité. Asumí qué tal era mi destino y tras algún momento de lucidez, pensé en que quizá mis papás creyeron siempre que como andaba con mi padrino pues estaba yo seguro y resguardado. También pensé en que quizá se verían en algún lugar para coincidir para el regreso. Pensé en que ese lugar habría sido la que se conoce como La Frontera. Fue así que reinicie mi camino y recorrí la ruta carretera hacia ese lugar. Ya era tarde, la noche acechaba. El árbol de la serpiente como númen de sabiduría y encantamiento que marcó para siempre mi destino y mis memorias. Fue la primera vez que lo vi. El encuentro fue una catarsis pues, justo en esa hora, venía de regreso mi familia en su auto desde La Frontera y a grito abierto: ¡¡¡JOOOORGGEEEEE!!! ¡¡¡JOOOORGEEEEE!!!

Una luz me iluminó y se detuvieron. Yo permanecí impasible, estoico, impávido y resiliente… No me regañaron. Si, después me puse contento de estar con ellos pero disfrutaba más con el recuerdo permanente de la aventura. Por eso hoy, cada que puedo y cuando vengo a Tapalpa, me detengo a solazarme en la memoria feliz de aquellos días. Y, de pasadita, a degustar el delicioso sabor del mágico borrego al pastor que aquí cocinan para restaurar la Inefable alegría de vivir. 

Jorge Fernández 

[email protected]


Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.