En el domingo 23 de Julio, el diablo hace su aparición en las homilías de Obispos, presbíteros y diáconos.
Se trata de un personaje siniestro y burla en la vida moderna porque si de algo podemos reírnos a carcajadas, es de éste pobre pelado que sólo defienden quienes juzgan que ya se va terminar el mundo, por tanto fenómeno raro que no nos explicamos, como la pandemia, la pobreza, la violencia que produce tantos asesinatos diarios, lo deslenguados y faltos de respeto para los mayores y las autoridades, el asesinato de tantas mujeres, las sentencias absurdas de tantos juristas contra los criminales, etc.
La parábola del trigo y la cizaña nos quiere enseñar la necesidad de paciencia en la vida ante el hecho de que el mal y el bien están juntos, pero que esto irrita a quienes se sienten justos y piensan que para tener un mundo sano, lo pertinente es matar a los malos, que se los lleve la fregada para que no molesten a los buenos.
Pero el problema es de justicia que no se resuelve con masacres, ni sentencias judiciales como la de castigar a un criminal con cincuenta cadenas de muerte.
¿Cómo concuerda esta con el principio de que toda ley es para bien del hombre?
El Evangelio que comentamos dice que “la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo”, o sea, que juntos, buenos y malos, unos ingenuos y otros con malas intenciones, hacen el mal.
Pero el problema para resolver es de justicia y de verdad, y con gran paciencia, los buenos deben tener la paciencia de Dios, el aguante, la perseverancia para que el bien al final prevalezca sobre el mal.
O sea, que el diablo es constructor de maldad y los creyentes no deben tener lugar en la complicidad. No hay que ser tan ingenuos en la complicidad.
El pasaje recuerda aquella escena evangélica los fogosos “hijos del trueno”, Santiago y Juan, ante la negativa de una aldea samarita de recibir a Cristo y sus discípulos porque se dirigían a Jerusalén, le dicen al Señor:
¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo y que acabe con ellos? Y Jesús, volviéndose los regaño y les dijo, no sabéis de qué espíritu sois.
El Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos” (B. Caballero, pag. 269). No permitamos que el diablo meta la cola en tanta tontería.