En esta pandemia que sufrimos a nivel global, no está por demás hablar de los alimentos que ingerimos.
En nuestros días, entre ricos y pobres, le hemos dado a la comida del medio día, un tratamiento funcional, como lógica consecuencia de la jornada laboral, donde lo casero y familiar tiende a eliminarse por la comida como mercado, y así nos topamos con comidas preparadas, comida rápida, comida enlatada, que son ingredientes de la llamada “cultura de la hamburguesa”, donde comemos lo que nos ponen enfrente, aunque después advertimos que andamos con presión alta o baja, con diabetes, sobrealimentados y con hambre, etc.
Una cultura de hace milenios, nos dice: “el hombre es lo que come” enseñándonos la sabiduría de los adultos mayores, que el alimento que elegimos es la base de la salud y el bienestar.
Aquel antiquísimo médico Hipócrates, ya desde antes de la era cristiana, dijo: “de tus alimentos harás una medicina”, que nos recuerda que hay que comer bien, que la comida no debe ser precisamente costosa, que la comida compartida también es alimento del alma que las penas con pan son buenas.
Algo tiene el COVID-19 de acusación por no haber sido justos en el compartir los alimentos.
Este mugroso patógeno COVID-19 nos está advirtiendo que algo traíamos en desorden en los alimentos que repercuten en la salud.
Un conocido héroe indio, Gandhi llegó a decir: “Todo lo que comes sin necesidad, lo está robando al estómago de los pobres”.
No le faltaba razón para decir esto, ya que se nos informa que:
“El presupuesto de la FAO, el organismo comprometido en erradicar el hambre del mundo, representa menos del 5% de lo que gastan anualmente los habitantes de un solo país desarrollados en productos para adelgazar (Xavier Basurko). Se ingiere en demasía, y el rito que sigue es pagar en los gimnasios que abundan en los pueblos, a veces más que las escuelas.
Un teólogo belga, que hace poco falleció, dice: “la fe en Dios es, por naturaleza, convivial” que comunica un pensamiento presencial que en recientes semanas se ha visto muy maltratado, porque a las comunidades cristianas, les llegaron las órdenes de cerrar los templos, que la misa la “vean por internet” y que la comunión sea espiritual, y que todo eso es válido.
Hay pocas observaciones pastorales que sean entendibles, en su justa verdad y justicia, por el pueblo pobre necesitado de un alimento que no sea sólo el material, sino también el espiritual y el que le de sentido a la vida.