En algún momento el escritor peruano Mario Vargas Llosa destacó la labor que México, al menos en la narrativa, hizo por reconciliarse con su pasado precolombino y construir una identidad, lo que sea que se entienda por eso, a partir de la herencia indígena. Eso sucedió después de la revolución, hace casi 80 años. El pasado siempre nos persigue de una u otra forma, entenderlo es vital para no repetirlo, obsesionarse con él, no sé a dónde conduzca.
En los primero años del México posrevolucionario y en la etapa del desarrollo estabilizador, se construyó desde el aparato oficial una narrativa de reivindicación de la cultura indígena. Desafortunadamente esa visibilización de los pueblos originarios sólo se quedó en la superficie y desde entonces este sector de la población ha padecido marginación, racismo, clasismo y segregación.
Hoy parece que este dejá vu tortuoso no tiene final. El discurso oficial vuelve al pasado y se ancla en él, no para reflexionarlo y superarlo, sino para seguir atrapado en una serie de trampas retóricas que llaman a la memoria y al perdón, pero dejan de lado la raíz del problema que mantiene a estos pueblos supuestamente reivindicados en un ciclo perpetuo de pobreza.
La obsesión de esta administración por el pasado, en este y otros rubros, está teniendo consecuencias serias para el futuro del país, puesto que no se entiende que cada momento histórico está determinado por una serie de factores circunstanciales irrepetibles. La nostalgia y el recuerdo son un excepcional recurso de la memoria, pero no se puede vivir la vida en ellos; en algún momento se tiene que mirar adelante.
Y en esa falsa disyuntiva estamos atorados hoy. Qué bien que exista una conciencia de que hubo un genocidio cultural hace 500 años con la caída de Tenochtitlán, pero si después de medio Notivox solo existe la conciencia pero no las acciones que les ofrezcan un mejor porvenir a esos pueblos lastimados, entonces creo que algo se ha hecho y se sigue haciendo mal.
Es muy fácil endulzar el oído de las mayorías con una retórica antisistema y en defensa de los desplazados, de los desprotegidos, lo que no resulta nada sencillo, si atendemos a la lamentable inercia de nuestra historia reciente, es el diseño y ejecución de políticas públicas efectivas que incentiven la movilidad social y desarrollo de esas comunidades que la historia que cuenta la narrativa oficial quiere reivindicar.
A la par de la parafernalia en plazas públicas y de discursos y ceremonias grandilocuentes, justo en el ir y venir de ese ágora por antonomasia del país, deambulan los descendientes de esa civilización ultrajada que el gobierno quiere visibilizar, y están como testimonio de que el Estado se ha empeñado en utilizarlos como imagen publicitaria, para después relegarlos a meros elementos decorativos del desigual folclor de este país en esa plaza pública, y en muchas otras.
Lo que entendemos hoy como México se dio a partir de ese choque cultural, uno creería que ese debate estaría superado, pero parece que hay que recordar constantemente que somos mestizos y que si bien ello se dio bajo circunstancias violentas y desiguales para un grupo, como sucede en todas las conquistas, lo que toca ahora es lograr una verdadera integración basada en el respeto y la dignidad del otro y rescatando el hecho de que todos somos mexicanos. Resulta absurdo que después de 500 años sigamos sin poder lograrlo.
Javier García Bejos