Seguramente fue por culpa del algoritmo de Ferriz que fue menos gente a la convocatoria de Xóchitl para acabar con el comunismo de la cuatroté que busca construir una dictadura, que a la convocatoria de Lady X para manosear al INE que no se tocaba e impedir que nos venezualicemos. Ni siquiera las propias fuerzas vivas derechairas acudieron a su convocatoria que estuvo más desangelada que la manera de recular de Ken Salazar. Ahora dice que no dijo lo que dijo, se ve que la ministra Piña lo llevó a cenar a escondidas con Alititito Moreno.
Como quiera que sea, solo las malignidades del algoritmo puede explicar que las millones de personas que humillaron a la ex candidata del huipil en las urnas todavía no se hayan arrepentido como para apoyarla ahora en su lucha incansable para convertirse en señora presichenta. No es posible que, a pesar de no reconocer sus errores, de distribuir mentiras mediáticas, de ser incapaz de dejar de hacerse la vístima y de seguirle echando la culpa a los mexicanos que no supieron comprenderla por estar zombificados y venderle su alma al diablo de López Obrador, los mexicanos no sean capaces de ser ni tantito empáticos con mi Xóchitl ni con sus gelatinas.
Es increíble que, a pesar de las evidencias venezolanizantes (las arepas han sustituido al molito de olla), los mexicanos sigan disfrutando lo votado en lugar estar alertas de los peligros que anuncian con encendida histeria los agoreros del desastre como Alazraki y los paleros de Alazraki. De hecho, me pareció muy mala onda que mientras en tribuna los panistas lloraban (literalmente) a moco tendido por la desaparición de los órganos autónomos que estorbaban más de lo que ayudaban, los chairos se burlaban de grandes héroes de la ultraderecha como Acosta Naranjo & the patitas de molcajete.
Es irónico, si la derechairiza en éxtasis, dresseriana-krauzística-kinkytellesca, hubiera aceptado negociar el Plan B, Claudio XXX estaría chillando por el Plan C ni por la apabullante cantidad de diputados morenistas que tienen su curul por el voto ciudadano.
Las cosas han ido tan mal para el conservadurismo que, con tal de echarle más limón a la herida, Martí Batres desapareció la calle Díaz Ordaz y le puso Elena Garro.
Lo bueno es que ya regresó a escondidas Ricky Riquín Canallín —me dicen que disfrazado de Cabeza de Vaca la misma vaca— para continuar el legado de Markitititito Cortés: acabar con lo muy poquito que queda del PAN. ¡Aplausos!