Los profesores juegan un papel esencial: son los escultores del futuro. Muchos sabemos que nos cambiaron la vida, descubriéndonos nuevos rumbos, ensanchándonos la mirada. Un escritor agradecido, Albert Camus, dedicó el Premio Nobel al maestro de primaria que adivinó su talento, el hombre entusiasta que venció la negativa de su familia humilde a darle estudios, que le ayudó a preparar el examen de ingreso, le acompañó en tranvía, esperó su salida en un banco y se volcó para que le concedieran una beca: “Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, nada de esto hubiese sucedido”.
En la Atenas clásica confluyeron extraordinarios maestros. Fueron los primeros profesionales de la enseñanza que actuaron en democracia. Pensaban que la naturaleza humana se puede perfeccionar gracias al saber y entendían la educación como una herramienta de libertad. Platón describe la vibrante expectación con que los atenienses recibieron a Protágoras, un famoso educador. Hoy, sus sucesores se enfrentan a una sociedad más compleja, a las dificultades de la inmigración y la pobreza, con una carga de trabajo que no deja de crecer y cada vez menos medios. Si aprendemos a cuidarlos y a valorarlos mejor, conseguiremos superar muchos atavismos y corrupciones. Porque la sociedad, como el niño Camus, no puede progresar sin el profesor.
