Permaneció abandonada durante muchos años y se convirtió en refugio de transgresores y malvivientes. Era una casa porfiriana cuyos dueños vivían de rentas congeladas, pero se les acabó la inversión para dar mantenimiento y la abandonaron, por lo que el inmueble se deterioró.

Entonces, luego de los sismos de 1985, su deplorable condición sirvió para que personas sin techo la usaran como búnker y otras tantas de guarida para esconderse después de asaltar en las inmediaciones de la zona.

Después sería rescatada y fue cuando se convirtió en La casa del poeta, pues ahí vivió sus últimos años Ramón López Velarde.
Está en el número 73 de la calle Álvaro Obregón, colonia Roma, donde reconstruyeron la recámara en que murió el bardo zacatecano.

También hay una instalación con pasillos iluminados que interpreta la obra y la personalidad del abogado y poeta.
Pero habrá que hacer un poco de historia.

El rescate del inmueble fue a instancias de escritores y poetas, entre ellos José Emilio Pacheco y Guillermo Sheridan, quienes pidieron al gobierno de la ciudad, en aquel entonces encabezado por Manuel Camacho Solís, quien ordenó rehabilitar el inmueble y lo cedió para rendirle homenaje al padre de la poesía contemporánea.

Y es que López Velarde había llegado de su tierra, Jerez, Zacatecas, invitado por unos amigos, para que en la capital del país siguiera ejerciendo su profesión de abogado —a la par de su oficio de poeta, de lo que no ganaba ni un cinco y sin embargo era un fecundo creador—, y de aquí salía a caminar sobre la calle Jalisco, hoy Álvaro Obregón, ya sea de paseo en los alrededores, o con dirección a Plateros, hoy Madero, para reunirse con amigos.

En el transcurso de sus caminatas, cuentan, también disfrutaba de algunas copas en antros que descubría a su paso, pues Ramón era bohemio y enamoradizo, aunque también algo tímido.

Hasta que un día del año 1921, cuando regresaba de su rutina, caía uno de los peores aguaceros de la época, por lo que el autor de La suave patria, considerada su obra cumbre (“El Niño Dios te escrituró un establo/Y los veneros de petróleo el diablo”) llegó ensopado y cayó en cama, producto de una neumonía, y murió en una de las recámaras de esta vivienda porfiriana. El vate había cumplido 33 años de edad.

Entonces fue trasladado el cuerpo del poeta al panteón francés, no muy lejos de aquí, y cuyos restos serían exhumados tiempo después para colocarlo en la Rotonda de los personajes ilustres.

Volvamos al presente.
—¿Y qué tenemos aquí, en este museo?
—La casa del poeta, como tal, fue una de las primeras vecindades que hubo en la Ciudad de México, en los tiempos de Porfirio Díaz. Después de los sismos de 85, esta casa se había convertido en refugio de teporochos y malvivientes.

Después de que se hace el rescate, hace 33 años, empezó a funcionar como un lugar de encuentro de poetas y escritores. También inauguran las bibliotecas Salvador Novo y Efraín huerta.

“Pero además estamos haciendo un tercer fondo con todos los libros que se presentan aquí en la casa”, añade Carmen Férez, que dirige esta institución de asistencia privada; “no lucrativa”, remarca y precisa:
“Ese es el costo de los poetas cuando vienen a presentar su obra aquí en la casa: que nos dejen sus libros”.

Y detalla:
“Cuando se hizo el rescate arquitectónico de la casa, desde luego ya no existía nada de Ramón, pero a través de estudios e investigaciones en su casa paterna, que está en Jerez, Zacatecas, de ahí se pudo recrear la recámara donde el poeta muere, que es lo que tenemos como museo”.
—¿Y qué tenemos?
—Tenemos un ropero. Ese ropero es un museo metafórico; simplemente se les pide a nuestros visitantes que observen los objetos que hay y lo relacionen con la poesía, de acuerdo a su sensibilidad.
Este recinto también es un lugar de encentro entre poetas y escritores, además de presentaciones de libros.

Los visitantes pueden hacer un recorrido por un laberinto de pasillos circulares y nichos donde hay objetos y poemas adheridos a paredes cóncavas, todo relacionado con la vida y obra de López Velarde, que incluye, asimismo, espejos, fotografías y símbolos que interpretan sus escritos.
“Desde luego hago invitación al público en general que vengan a conocer el museo”, rubrica Carmen Férez. “Es un lugar íntimo, es un lugar chiquito, es un lugar muy bonito. Es un lugar metafórico”.
