Habrá que seguir sus pasos, la mirada escrutadora y su docta palabra; su voz firme y los pormenores que dicta este hombre, Carlos Vega Sánchez, de 82 años, un empresario de la industria del perfume que, como pasatiempo, se dio a la tarea de conocer de cabo a rabo los secretos que envuelven a la Catedral Metropolitana: desde sus exteriores hasta el subterráneo, donde quedaron vestigios de nuestros antepasados y sobre los que, siglos atrás, invasores ordenaron alzar estos muros que ves y las ruinas que verás.
Frente al templo principal de la Ciudad de México, a unos pasos del arroyo de asfalto que bordea el Zócalo, estuvo la Iglesia Mayor, construida en 1524, por órdenes de Hernán Cortés, quien también decretó la utilización de “las mismas piedras de los adoratorios indígenas” que el mismo invasor había mandado destruir durante el sitio de la ciudad. Cortés usaría la misma mano de obra de los conquistados para levantar la ermita.
La anterior cita está entresacada del libro Cómo vemos la Catedral Metropolitana de México y su Sagrario en el Siglo XX1, de la señora María del Socorro Sentíes Corona y el propio Vega Sánchez.
Al paso del tiempo, “la primera Catedral resultó pequeña e insuficiente y se pensó construir otra más grande y hermosa...”, continúan los autores en el texto del libro subtitulado Primera Iglesia Mayor. “En 1573, se empezó a construir la segunda y actual Catedral...”
Al siguiente siglo, en 1626, demolieron la primera Catedral y se habilitó la sacristía del nuevo templo catedralicio..., pero un trienio después, “la gran inundación del lago de Texcoco provocó la suspensión de las obras del templo por seis años”.
Y se alargaron varias etapas.
La construcción, iniciada en 1573 y terminada en 1813, duró 240 años. “Por tal motivo —describen los estudiosos— se pueden contemplar los diferentes estilos arquitectónicos y decorativos de cada época, empezando por el herreriano, el gótico, el renacentista y el barroco en sus diferentes modalidades, como salomónico, estípite, de transición y anástilo, para terminar en el neoclásico”.
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Del lado izquierdo de la Catedral Metropolitana perduran algunos restos con los que fue construida la antigua catedral, edificada con piedras del Templo Mayor. Son parte de las 78 estructuras del centro ceremonial, que abarcaba 16 hectáreas con una muralla de 20 metros de ancho.
Esa era la extensión, comenta el señor Carlos Vega Sánchez, quien traza con un lápiz la zona que comprendía el centro ceremonial de los mexicas: en la esquina de la calle Francisco I. Madero y al norte hasta la mitad de la Plaza de Santo Domingo; hacia el oriente, a mitad de Palacio Nacional.
Debajo de la Catedral, glosa el señor Vega Sánchez, hay 11 basamentos piramidales. “El conquistador barre con todo el centro ceremonial”, sintetiza mientras observa los trozos de piedra, para luego fijar la mirada en la puerta central de la Catedral Metropolitana, llamada Del Perdón. “Siempre está cerrada; solo se abre en días especiales, como cuando viene el Papa u otros personajes distinguidos”.
Cada cuarto de siglo, ilustra, se celebra el Año Santo, y es cuando el portón central dura abierto 12 meses.
Del lado derecho está la puerta de la nave procesional oriente; del izquierdo, la poniente. “Entremos por la Nave Procesional Oriente”, sugiere el señor Vega Sánchez. “Lo primero que vemos, del lado izquierdo, es el Altar del Perdón; del lado derecho, las siete capillas”.
Antes de continuar, el cronista hace una acotación:
—El culto más importante en esta religión —ilustra— es el culto de la adoración a Dios que se vive en los altares; el de la veneración, que se vive en las capillas; el tercer culto es el de la Gran Veneración a la Virgen María en sus diferentes advocaciones.
Termina el paréntesis y continúa en su recorrido, en medio de la Catedral Metropolitana —atiborrada de creyentes y turistas—, con sus dos imponentes órganos, la sillería y el facsitio donde colocan los libros del coro.
—Después llegamos al centro de la Catedral y admiramos la cúpula; del lado izquierdo, seguimos caminando hasta el Altar Mayor —alza la mirada—, que ha tenido varios cambios; del lado derecho, vemos las dos últimas capillas; enseguida, la sacristía, un lugar lleno de arte; al centro, el Altar de los Reyes —iluminado con destellos de amarillo—, también llamado Retablo de los Reyes.
Y hay más, mucho más, como las llamadas fachadas y portadas, la Sala Capitular, Salón Guadalupano, Cripta de los Arzobispos, el campanario con el púlpito y el bautisterio, con pinturas de siglos pasados que se conservan en muros de este templo, en cuyo centro se eterniza una gran plomada que pende del domo: sirve para medir los pausados deslizamientos que ha tenido la Catedral Metropolitana.
Y habrá que descender; no al inframundo, sino a las ruinas de lo que fue una cultura y la veneración a sus dioses, que fueron sepultadas por el invasor.
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El señor Carlos Vega Sánchez —autodidacta, también conocedor de la vida y obra de sor Juana Inés de la Cruz— es incansable.
Todavía le queda energía para continuar con el periplo, que hasta ahora ni siquiera es la cuarta parte de lo que hace cada semana con diversos grupos que ambicionan conocer los secretos de la Catedral Metropolitana.
Entonces habrá que enfilar a la parte trasera de la Iglesia del Sagrario, construida sobre vestigios prehispánicos de la pirámide mexica dedicada al dios Sol, es decir, Tonatiuh.
Y hay que descender por una estrecha escalera de caracol —el señor Vega es de casi dos metros de estatura— que nos conduce a fragmentos de muro y piedra volcánica, glifos que persisten entre puntales de madera.
—Los vestigios prehispánicos que ahora vemos —explica— son los restos de las pirámides construidas hace muchos años, que se fueron hundiendo por su peso a través del tiempo; ahora han sido recuperadas.
Y ahí está la Piedra Chalchihuitl, metros bajo tierra, entre cavernas, a poca distancia de la explanada de la Catedral, donde danzantes ataviados con penachos y sonajeros aún rinden homenaje a los ancestros.
Cuando se realizaron excavaciones para cimentar el templo —describen en el libro los señores Vega Sánchez y Sentíes Corona— fueron hallados algunos vestigios, por lo cual se colocó una placa a la entrada.
El título es: “El templo del Sol y el Glifo Chalchihuitl”. Dice: “Bajo este acceso hecho expresamente, fue descubierto durante las obras de recimentación del Sagrario, en febrero de 1976, el talud septentrional de la pirámide del Sol, al ser hallada una lápida tallada en el frente dos, a una profundidad de 5.54 metros, desde el nivel del piso”.
El glifo, descifrado, significa “Piedra preciosa de color verde”. Y en el jeroglífico, “Lugar de lo precioso o sagrado”.
Y otra vez salir a la superficie, cruzar el pasillo central de la Catedral Metropolitana, y volver a entrar al bullicio cotidiano.
Sobre la banqueta, frente al atrio, un danzante con taparrabos, gran penacho multicolor sobre la cabeza y sonajeros en tobillos, pone el pie derecho sobre el pretil y se ata la sandalia. Pronto iniciará su tradicional baile prehispánico.