Intersección, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es el “punto de encuentro de dos o más cosas”. Esta definición viene a mi mente al ver lo que sucede en el escenario de la obra Madres e hijos, que es un buen ejemplo de una muy afortunada intersección artística.
Me explico:
En 1983, en el personaje de Stella de Un tranvía llamado deseo conocí a Diana Bracho en el teatro. Un montaje inolvidable dirigido por Marta Luna, En el reparto estaban también Jacqueline Andere y Humberto Zurita. Recuerdo que me impactó tanto aquella puesta en escena que desde entonces para mí, los personajes de Tennessee Williams, tienen la cara de estos tres actores.
Luego, he tenido la oportunidad de gozar de su trabajo teatral en Master Class (tanto en 1998, como en 2014), Las relaciones peligrosas, Los monólogos de la vagina, Espejos, Amor, dolor y lo que traía puesto; amén de muchas películas y telenovelas.
A Juan Manuel Bernal, igualmente lo he aplaudido en todos los medios. Entre sus puestas en escena recuerdo muy gratamente Los productores, Full Monty, El teniente y lo que el gato se llevó, Pop corn, La flor amenazada, Don Juan Tenorio, El Caballero de Olmedo, El rey Lear, Pedro Páramo, Oleanna, Antes te gustaba la lluvia. Siempre, siempre brillante sin exagerar.
Al director Diego del Río, sin pretender presumir, puedo decir que lo he visto crecer, pues he estado muy cerca de su carrera, que ha construido de forma ascendente y sólida, con montajes memorables, y ahora con una promisoria carrera en cine.
Completa la intersección Terrence McNally, autor de la obra Madres e hijos, en la que coincidimos todos los ya citados, y al que tuve el gusto de conocer cuando vino a México invitado por Morris Gilbert para el estreno de su obra Master Class.
Me cuento como parte de este encuentro porque como bien sabemos, el objetivo del hecho teatral se cumple hasta que la obra sucede frente a un público, cuya respuesta es esencial para completar el proceso.
Y mi reacción –al igual que la de todos los espectadores con quienes compartí función—fue de satisfacción y goce absolutos.
Madres e hijos cuenta –siguiendo con la idea de las intersecciones—el encuentro (por no decir colisión) de Betty, una mujer adinerada y tradicionalista, con Chris, respectivamente madre y expareja de André, quien falleció víctima del SIDA a principios de los 90.
Escrita hace casi tres décadas, podría pensarse que la trama de la obra estaría pasada de moda. Nada más erróneo. La anécdota no gira en torno al SIDA y sus graves estragos de aquella época.
Madres e hijos habla de la familia, de los diversos tipos de familias que existen hoy en día, de los prejuicios, del abandono, de la lealtad, del duelo, de la recuperación… del amor.
El texto de McNally es de ésos que te invitan a escuchar, a no perder ninguna de las palabras, pues cada una de ellas forma parte de un gran rompecabezas de ideas y conceptos.
La profundidad de los temas que se abordan no impide que el tono de la puesta sea ligero, fácil, accesible para todos; e inclusive tenga muchos momentos realmente divertidos.
Obviamente al gran texto hay que sumar la muy atinada dirección de Diego del Río, quien con esta propuesta asciende un escalón más en su ya bien sólida y amplía trayectoria.
Todo esto, obviamente, al servicio de un grupo de actores estupendos. De Diana y Juan Manuel, es obligatorio abrir con un enorme ¡BRAVO!
Ambos están estupendos, soberbios. Mostrando lo grandes que son.
Junto a ellos, destaca también Eugenio Rubio, quien muestra que su brillante trabajo en La divina ilusión no fue casualidad, sino un buen arranque de un proceso sólido que ya estamos disfrutando.
Aplauso para los niños Antua Trejo y Luca Guerra, quienes alternan en el personaje de Danny. Estupendos ambos.
Madres e hijos se presenta de viernes a domingo en el teatro Milán. Vaya, disfrútela y súmese a la intersección que los buenos montajes siempre provocan.