El libro “Las serpientes en el arte mexica”, publicado en 1987 por la investigadora mexicana Nelly Gutiérrez Solana Rickards, nos lleva por un mundo insólito de esculturas, objetos y pinturas de ofidios que adoraban los mexicas como sus dioses y que, no obstante su exterminio, sobrevivieron en códices, pirámides, vasijas y piezas decorativas.
Estamos ante el género de investigación literaria: “Estudio científico y sistemático que abarca el análisis, la contextualización histórico-cultural para la formulación de teorías sobre símbolos, literatura o documentos y su relación con la sociedad.”
Ofiología: “Ofiología o serpentología –suborden Serpentes- rama de la herpetología que se especializa en el estudio de las serpientes en su anatomía, fisiología, taxonomía, ecología, comportamiento, venenos y evolución. Sin olvidar su intervención en la mitología y la religión.”
Vayamos a la obra: inicia con la historia de los mexicas desde su llegada a la cuenca de México –ocupada ya por otros pueblos- en 1325: “Después de vagar de un lado a otro y de rivalizar con los nativos de los lagos, se instalaron en un islote. Ahí erigieron un templo muy humilde a su dios, Huitzilopochtli.”
Señala su avance: “El camino de los mexicas es admirable, ascendieron al poder, en cien años, desde una tribu muy pobre a un señorío que derrotó a los tepanecas, dueños del centro de México. Después tuvieron varios Tlatoani (gobernante supremo) que sojuzgaron pueblos y les daban tributo”
Al tiempo crearon una sofisticada organización social donde los dirigentes, los pipiltin, educados en el Calmécac, se les enseñaba a gobernar y ser sacerdotes. Estos tenían tierras, joyas, labriegos, no pagaban impuestos, eran los jefes militares y regentes de las tierras tomadas.
Mientras el pueblo en general, los macehualtin, se dedicaban a las faenas agrícolas, dentro de un calpulli (unidad social y territorial básica), sus hijos iban al Telpochcalli donde aprendían artes de la guerra e instrucción religiosa básica. Todos acudían a las adoraciones obligatorias, pagaban impuestos y eran trabajadores de edificios y calles. En ocasiones un macehualli subía de rango si era bueno para la guerra.
El pueblo mexica era muy religioso y el panteón de sus dioses incluía todos los aspectos de la vida y las serpientes siempre estaban presentes: “En el agua, el fuego, los sacrificios, ofrendas, vestimenta, agricultura, autosacrificios, sexualidad, fertilidad.”
Veamos algunos de sus principales dios y las sierpes: Huitzilopochtli, dios de la guerra y en su mano la serpiente del rayo; Tezcatlipoca, la serpiente de la noche, dios de la noche y los hechiceros; Xiuhtecuhtli, dios del fuego, lo encendía en el cuerpo de la Xiuhcóatl, la serpiente de fuego, la que cargaba al Sol en su viaje diurno; Tláloc, dios de la lluvia, primordial para la siembra, con sus manos llenas de serpientes de rayos, y Mictlantecuhtli, dios del inframundo, rodeado de serpientes en el averno.
Ahora las diosas: Coatlicue, diosa madre, diosa de la tierra, la de faldas de serpiente; Cihuacóatl, la mujer serpiente, recolectora de almas, protectora de las muertas en parto; Tlazoltéotl, diosa del cinturón de serpientes, la serpiente roja, diosa comedora de inmundicias, curadora de los pecados y diosa de la lujuria.
Y desde luego la serpiente por excelencia, Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, dios del viento –la serpiente de aire- el planeta Venus. Dios que creó al hombre con su propia sangre. La dualidad humana, la conexión con el cielo y la tierra, la resurrección y la regeneración, la transformación en el ciclo de vida y muerte, patrono del Calmécac. De ahí que sea el dios asociado a todas las devociones de serpientes.
Comentemos, como final, que los mexicas hicieron serpientes en muchas formas: anudadas verticales, enrolladas pegadas al suelo, humanoides, emplumadas, horizontales, con humanos dentro de sus fauces, con escamas, en forma de felinos, y en tamaños enormes y pequeñas.