En un escenario marcado por la desigualdad y la pobreza, uno de los grandes asuntos pendientes de las economías latinoamericanas es la recuperación del elevador perdido, el ascensor descompuesto, la posibilidad real de mejorar la condición socioeconómica de las personas. Nacer en una condición de pobreza en América Latina prácticamente equivale a una sentencia de vida: la mayoría mantendrá la misma condición en su edad adulta, pese a los esfuerzos. Y sólo una parte mínima tendrá la posibilidad real de salir de la pobreza para escalar a niveles superiores de ingreso y calidad de vida, aunque muy pocos llegarán a los estratos más altos.
El caso de México es una muestra latinoamericana: 7 de cada 10 mexicanos que nacen en la pobreza se mantendrán en la misma condición durante toda su vida, de acuerdo a los datos del Centro de Estudios Espinoza Yglesias. En tanto, solo 4 de cada 100 mexicanos logrará subir a los niveles más altos de ingreso. Esto representa que la movilidad social o la posibilidad de mejoría socioeconómica es muy baja, además de que el mecanismo de ascenso parece descompuesto. En otras palabras, millones de personas pueden trabajar, esforzarse y luchar toda la vida sin que eso les permita salir de la pobreza.
Hace 15 años lo dijo en forma autocrítica el expresidente costarricense Oscar Arias: algo hicimos mal los latinoamericanos. Arias recordaba que América Latina tuvo universidades antes que Estados Unidos y que a mediados del siglo pasado países como México y Brasil tenían más riqueza e ingresos per cápita que Corea del Sur y Portugal. Honduras tenía más riqueza que Singapur y hoy esta isla asiática tiene uno de los ingresos por habitante más altos del mundo. Algo hicimos mal cuando perdimos las oportunidades y, en cambio, profundizamos el escenario de la pobreza y la desigualdad a tal punto que hoy vivimos en la región más desigual del mundo.
La cuestión de recuperar la posibilidad real de que la gente mejore su condición socioeconómica es bastante compleja y no se resolverá con los vientos favorables ocasionales que traen crecimiento momentáneo, inversiones coyunturales, un buen precio de materias primas o salpicones mal distribuidos del comercio o las remesas. Se trata de lograr una mejoría sostenida en distintos frentes como la educación, la salud, el mercado laboral, la administración de los recursos públicos y las estrategias para disminuir la pobreza y la desigualdad.
Invertir en la educación de calidad es uno de los aspectos fundamentales porque no solo mejora las capacidades de las personas sino que disminuye la desigualdad, mejora la productividad, favorece el crecimiento de la economía y crea un contexto más equitativo para el acceso a los empleos y la distribución de riqueza. Pero esto debe venir de la mano de una gran transformación en el mercado para convertir a los empleos en oportunidades reales de mejorar ingresos y condición de vida. Para la pobreza no hay soluciones mágicas pero hay estrategias que pueden comenzar con una buena educación.