Cuando hace algunos años el periodista argentino Andrés Oppenheimer publicó el libro ¡Sálvese quién pueda! se refería a los robots y la era de la automatización que pondría en jaque a millones de empleos en todo el mundo. Pero si se hubiera guardado el título, bien podría haberlo utilizado en esta semana para dar cuenta de lo que pasó con la imposición de los “aranceles recíprocos”, con el nerviosismo y con la incertidumbre que sacudió los mercados y que hoy tiene en vilo a muchos gobiernos. En un ambiente ya bastante tenso, los aranceles auguran una guerra comercial de alcances inciertos.
La aplicación de aranceles a los productos que entren al mercado estadounidense tiene su punto más alto en los productos chinos, con una tarifa del 34 por ciento, mientras que para los países de la Unión Europea el porcentaje será de 20 por ciento. Para los países latinoamericanos, los aranceles serán del 10 por ciento, aunque en el caso mexicano -al igual que Canadá- se “libraron” de este arancel particular pero no así de otros como al acero, al aluminio los automóviles y las autopartes. Pero más allá del impacto particular que los aranceles tendrán en las exportaciones de cada país, el tema de fondo es que el escenario se mueve hacia la desaceleración de las economías.
Una de las grandes preocupaciones latinoamericanas es que los aranceles aparecen justo en tiempos de desaceleración: las economías ya se estaban frenando, luego de perder el impulso de la recuperación pospandemia. De acuerdo a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), las proyecciones de crecimiento latinoamericano para 2025 eran de 2.5 por ciento. Con la crisis desatada por los aranceles y la guerra comercial, estas proyecciones empeoran notablemente y con ello se puede esperar un impacto negativo en las inversiones, la generación de empleos, la calidad de los empleos y las posibilidades de que millones de personas mejoren su condición de vida.
Dicho de otra manera: casi todas las economías latinoamericanas ya tenían una crisis por el crecimiento insuficiente y por la incapacidad de crear puestos de trabajo que permitan a la gente salir de la pobreza. Y ahora los números se vuelven más apretados, más enraizados en la insuficiencia. Si ubicamos a México en este contexto, aunque parece que “la libró” al no ser directamente afectado por los aranceles recíprocos anunciados esta semana, lo cierto es que sus proyecciones de crecimiento son cada vez más cercanas a cero.
La gran cuestión de fondo es que nuestras economías latinoamericanas siguen siendo frágiles, dependientes de pocos rubros y mercados, vulnerables ante la primera tormenta. Los robots, la pandemia, una sequía o un arrebato de aranceles bastan para que las perspectivas empeoren notablemente. Y lo más grave no son los gravámenes sino que los más afectados siempre son los más necesitados, los que menos tienen, los que trabajan mucho para sobrevivir. El gran temor no está en cuánto afectarán los aranceles a las exportaciones sino en cuántas personas verán su calidad de vida disminuir, una vez más.