Los hechos son contundentes. Primero, la minimización inicial del problema y la tardanza en instrumentar las medidas de confinamiento, porque al Presidente no le parecía peligrosa la pandemia (salgan a comer a las fondas; hay que abrazarse, no pasa nada; el escudo protector verdadero es la honestidad). Segundo, manipular y ocultar información: la aparición/desaparición del modelo centinela y su multiplicador mal calculado; la negativa injustificable a hacer más pruebas diagnósticas; los malabarismos discursivos para eludir evidencias de miles más de muertos.
Tercero, despreciar y confrontar a los gobernadores incómodos que no compartían la visión y la estadística oficial, además de no darles presupuesto adicional para que enfrentaran los costos extras de la epidemia. Cuarto, la omisión criminal en la compra adecuada y oportuna de insumos de protección, que se ha traducido en una tasa elevadísima de infección del personal médico (21 por ciento de los 54 mil contagiados al 18 de mayo) y cientos de muertes que no debieron haber ocurrido. Quinto, hacerse los locos ante la comprobación de que la realidad no se ha apegado a los dichos presidenciales ni gatellianos: “ya está domada la pandemia”; “vamos muy bien”; el 6 de mayo se registrará el acmé de la pandemia. Todo desmentido, ya sea por reportajes de medios y ONG; por investigaciones en los registros civiles que cuadruplican los fallecimientos.
A lo anterior añádase la inexistente política para reducir y compensar las graves y masivos daños económicos, en nombre de la lucha contra el neoliberalismo. Ni un centavo nunca a ninguna empresa. Todas son sinónimo de abusos, privilegios, corrupción, robos y fobaproas. Que ellas generan 25 millones de empleos formales y que la mayoría no pueda subsistir más de 30 días sin sus ingresos ordinarios, no importa. Si quiebran, que se hagan responsables, dijo el Presidente. El resultado de los fantasmas ideológicos de AMLO hasta el día de ayer, según Inegi: más de 12 millones de mexicanos estaban sin ingresos, en el hambre. La crisis como anillo al dedo.
Por si los anteriores no fueran ya muchos errores, y no de cualquier tipo, sino de los que cuestan vidas, están los enredos con el regreso a la normalidad. Sus datos dicen que la pandemia no ha alcanzado su pico máximo. Pero eso poco importa porque se juntan la desesperación de mucha gente por volver a trabajar, con las ansias electorales del Presidente, para el cual, gobernar significa pueblear y rodearse del pueblo bueno que no lo critica. Primero dicen que a mediados de mayo comenzará el regreso a la “nueva” normalidad; luego la posponen para el 1 de junio. Pero ¡oh, sorpresa!, todo el país, menos Zacatecas, está en rojo, pero no importa. Hay que reabrir la economía. ¿Alguien entiende? Si todo está en alerta máxima ¿por qué no esperar? No, el Presidente tiene prisa por inaugurar su tren.
Se enojan los gobernadores que temen un incremento del contagio (Sheinbaum) y también los que ya pueden abrir porque se han portado mejor (Jalisco). Alfaro le llama cínico a López-Gatell por falsear los colores del semáforo. ¿Pintar de rojo el país fue una treta de López-Gatell para deslindarse de las locuras de su jefe y poder decir “yo les dije que estábamos en rojo”
¿Juego de equívocos? No. Este desorden y cinismo causarán muertes, muchas muertes. A los López Obrador y López-Gatell no les va a alcanzar ni la popularidad ni el carisma ante el agravamiento de la tragedia.